Los desaparecidos y la revolución


En la década del setenta y principios de los ochenta, hubo 30 mil desaparecidos en la Argentina, otros tantos en Chile, Uruguay, Paraguay, Venezuela, centro América y la larga lista de etcéteras del mal nombrado Tercer Mundo.

Con la llegada silenciosa de la democracia los desaparecidos siguieron desapareciendo, muriendo de hambre, engrosando las estadísticas de algunas instancias internacionales. Por política siguieron muriendo, esta vez más sutil que la de los cascos militares, la política del hambre, la que viene del norte y se empeña en cambiarnos espejitos por petróleo y recursos naturales, la que nos vende miseria a cambio de banderitas ISO, nos envenena con comida chatarra mientras destruye campos de maíz para generar combustible, esa libertad de plástico y etanol, que tan poco tiene que ver con los cantos originarios de nuestros suelos.

Pero América Latina, la de los versos libres de Martí, la de los diarios del Che, la de Aquiles Nazoa y Galeano, la de Frida y Armando Reverón, esa América tan nuestra y tan poco nuestra, empezó a mirarse el ombligo casi treinta años después, tres décadas duró la amnesia de estos pueblos centenariamente jóvenes. Cuando ya no pudo seguir bajando la cabeza y la mirada se encontró con el ombligo, con el centro mismo de sus derrotas, redescubrió la voz y la valentía que tenía cinco centurias aletargada.

Y las mujeres y hombres gritaron por primera vez en muchos años. Fueron por fin consecuentes con sus estómagos y eligieron de Presidentes a vencidos como ellos, los únicos capaces de darles y darnos alguna victoria. Chávez, Evo, Kirchner, Tabaré, Ortega y Correa se suman a todos los silencios impuestos para decirnos que la utopía es realizable, que nos mintieron los que nos dijeron que aquello era democracia, que ahora sí somos capaces de construirla, pero juntos, mirándonos y reconociéndonos en los ojos, en las manos y en las bocas sin dientes.

Largo es el camino, no hay duda. La Venezuela bolivariana es un ejemplo. Las contradicciones son numerosas y variadas. El enemigo no se conforma con ver desde lejos la rebeldía, ni mucho menos ver triunfar a la esperanza. Está allí disfrazado en funcionarios que prenden camionetas con mandos a distancia, en los hermosos y multimillonarios fuegos artificiales que inauguran obras inconclusas, en las corruptelas que paran los programas alimentarios escolares, se esconden sobre todo detrás de los niños y niñas desnutridos que añoran ver el cielo pintado de colores, los niños que siguen desapareciendo de hambre, mientras en el paisito se habla de libertad de expresión y de fútbol. Los derechos humanos, lamentablemente son derechos, a lo mejor si fueran izquierdos, sería distinto.

La amenaza está adentro. Al lado, cerquita, respirando y esperando que seamos capaces de dejarnos seducir por eso que el poder compra. Por los cheques que pagan servicios más bajos que sus montos, por los carros de guerra que civilmente pasean nuestras calles, por el séquito de guardaespaldas, por la publicidad de los periódicos…

Está aquí, ante nosotros, la posibilidad real de hacer por una vez la revolución, la que nos permita hacer cogestión en las fábricas y en las básicas empresas, la que diga socialismo y lo haga, la que devuelva la dignidad al pueblo. Está aquí y es ahora, la otra opción es seguir desapareciendo.

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