Simone de Beauvoir la mujer que se hizo a sí misma
Imagen tomada de internet |
Nacida en París, el 9 de enero de
1908, esta escritora, profesora y filósofa, escribió novelas y
ensayos sobre temas políticos, sociales y filosóficos, que siempre
supieron levantar las pasiones de sus lectores, porque ante ella
nadie quedó sin conmoverse.
Suele pasar. Los lectores imaginamos en
general a los escritores según sus obras. Casi todos tenemos la
necesidad de darle un rostro a las palabras que leemos, más que un
rostro podríamos decir que un carácter. Es algo así como darle
ojos, manos y por qué no, ombligo, a la voz de un programa de radio.
Tal vez es que no podemos vivir con lo que creemos un misterio.
Tenemos que saber, no hay caso. Y los porrazos entre la imaginación
y la realidad son francamente antológicos. Casi siempre lo que
supusimos alto es bajo, lo delgado grueso, lo brillante opaco y lo
cálido frío, o al revés, da lo mismo. Casi nunca ocurre que nos
hayamos quedado cortos y como cuento de hadas el sapo que creímos
que había detrás de las palabras era un guapísimo galán de
película o las manos en el trasfondo de una novela negra eran de un
dulce y refinado escritor que enamoraba con poemas de amor.
Es posible que justamente eso es lo que
haya pasado con Simone de Beauvoir (París, 9 de enero de 1908- 14 de
abril de 1986). Hermosa era sin duda alguna. Esa fotografía que le
tomó Art Shay, cuando visitaba en Chicago al también escritor
Nelson Algren, deja sin aliento a cualquiera. Sino la ha visto nunca
(a la foto) en cualquier buscador de la web la encuentra y corrobora
lo aquí dicho. Es que una escritora bonita rompe casi todos los
paradigmas, por ese falso precepto de que la belleza no se da junto a
la inteligencia. Pero no es esto lo que queremos resaltar aquí, sino
la imagen que los lectores se dieron durante décadas de Simone. Esa
Simone que fue pareja y compañera de vida de otro imprescindible,
Jean Paul Sartre.
Feminista a ultranza, fría
intelectual, metódica en su análisis, probablemente sean algunas de
las definiciones que primero se nos vienen, se nos venían más bien,
a la cabeza cuando se nombraba a Simone, la filósofa que escribió
El segundo sexo (publicado en 1949), un ensayo que desató las
pasiones de progresistas y conservadores, de católicos y ateos, y de
comunistas y furibundos derechistas. Pese a la polémica desatada o
precisamente gracias a ella, el libro fue y sigue siendo un éxito de
ventas.
Simone de Beauvoir comenzó a
concebirlo cuando reflexionó, a propuesta de Jean Paul Sartre -su
pareja-, sobre lo que había significado para ella ser mujer. De de
esta pregunta inicial la escritora tejió una investigación donde
nada quedó al descuido y abordó el tema desde la psicología, la
historia, la antropología, la biología, la reproducción y las
relaciones afectivo-sexuales. La situación y concepción de las
mujeres en la historia, cómo y qué hacer para que sus vidas sean
mejores y cómo ampliar las libertades que hasta entonces tenían son
ejes transversales de su estudio. Dicen los críticos y versados
sobre el tema que es una de las obras fundacionales del feminismo y
que utiliza el existencialismo para indagar acerca de la vida de la
mitad de la humanidad. En El segundo sexo, Simone sostiene, entre
muchas otras cosas, que la mujer es un producto cultural, quiere
decir que es hechura de la sociedad. Y por lo tanto, su principal
tarea es reconquistar su propia identidad desde sus propios
criterios. De allí la famosísima frase: “No se nace mujer, se
llega a serlo”.
Pero esta Simone de El segundo sexo no
se parece en nada a la Simone que mantuvo una larga correspondencia
con el escritor estadounidense Nelson Algren, su amante de varios
años. En las 304 cartas escritas entre 1947 y 1964 queda al
descubierto una mujer distinta, no mejor o peor, simplemente otra.
Una que entregada a la pasión amorosa utilizó términos que los
lectores no le habían leído antes. Una mujer tal vez
contradictoria, una mujer de carne y hueso. Tan distinta de la de que
uno podría imaginarse como compañera de Jean Paul Sartre. Relata
Rosa Montero, escritora española, que por cierto acaba de publicar
un libro que vale la pena leer sobre Marie Curie que se titula La
ridícula idea de no volver a verte, que “Hay dos Simones y dos
Sartres. La primera versión se ajusta a la mirada pública, a la
imagen que ellos quisieron ofrecer, sobre todo ella, porque fue
Simone obsesiva memorialista, siempre escribiendo sobre el monotema
de sus experiencias íntimas, quien intentó edificar su personalidad
(y por añadidura la de Sartre) como un logro literario e histórico”.
Simone de Beauvoir, autora de novelas
como La sangre de los otros (1945), Los mandarines (1954, ganadora
del Premio Goncourt) y La mujer rota (1968), y de los ensayos Para
una moral de la ambigüedad (1947), El existencialismo y la sabiduría
de los pueblos (1948) y La vejez (año 1970), además de otro
etcétera bastante largo, como dice Montero en su artículo “Insólita
Pareja”, realizó una fecunda tarea al registrar sentimientos y
pensamientos que quedaron plasmados en Memorias de una joven formal
(1958), La plenitud de la vida (1960), Una muerte muy dulce (1964),
Final de cuentas (1972) y La ceremonia del adiós (1981), además de
Diario de guerra: septiembre 1939-enero 1941 (edición póstuma a
cargo de Sylvie Le Bon de Beauvoir) (1990).
Esta mujer extraordinaria dejó
plasmada en su obra a una sociedad y al tiempo que le tocó vivir.
Tuvo la fuerza y la valentía de preguntarse y rebelarse contra lo
establecido. Y no sabemos si sabiéndolo o no, fue y sigue siendo,
ejemplo de la libertad sin cortapisas. Tal vez con la publicación de
sus cartas a Algren, que finalmente se encontraron con los lectores
bajo el título de Un amor transatlántico. Cartas de Simone de
Beauvoir a Nelson Algren 1947-1964, quedaron a la vista otras aristas
de la escritora. Luce apasionada, humana en sus matices y
contradicciones. Y es que Simone supo hacerse a sí misma.
Cartas de Simone a Nelson Algren
(fragmento)
Julio de 1948
“Por usted, podría renunciar a la
mayoría de las cosas. Sin embargo, no sería la Simone que le gusta
si pudiese renunciar a mi vida con Sartre, sería una sucia criatura,
una traidora, una egoísta. Quiero que sepa esto, sea cual fuere la
decisión que usted tome en el futuro: no es por falta de amor que no
puedo quedarme a vivir con usted. Aunque le parezca pretencioso, lo
que debe saber es hasta qué punto Sartre me necesita. Preferiría
morir antes que hacerle daño a alguien que hizo todo por mi
felicidad”.
Septiembre de 1950
“Estoy mejor en una tristeza seca que
en una furia fría, pues permanecí con los ojos secos hasta ahora,
tan secos como pescados ahumados, pero mi corazón se siente como un
sucio y suave flan por dentro.
No estoy triste. Más bien sorprendida,
muy lejos de mí misma, sin creer realmente que estés tan lejos, tan
lejos, pero tan cerca. (...)
Bueno, todas las palabras me parecen
tontas. Pareces tan cercano, tan cercano, déjame estar cerca de ti
también. Y déjame, como en los viejos tiempos, déjame estar en mi
propio corazón por siempre”.
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