Eugenio Montejo: “el tiempo no me habla de la muerte”

** El Premio Nacional de Literatura de 1998, el poeta Eugenio Montejo, falleció el pasado jueves 05 de Junio, en la ciudad de Valencia a la edad de setenta años

Tal vez detendrá el paso de los años la página que guarda los versos, las canciones con que los amantes despiden una mañana poblada de fantasmas y soles, tal vez, será más bien la noche o la tarde en que se espera la desnudez con que se habitan algunas horas. Un minuto y el poeta se vuelve hombre, soplo de la pequeñez con que se transita la vida.
Eugenio Montejo (Caracas, 1938 – Valencia, 2008) anduvo con su palabra a cuestas el vaivén del tiempo, su paso y su palabra celebraron el transcurrir de los días. Supo de la condición humana y la hizo suya, para decir y decirnos, que la mujer y el hombre abrimos rendijas en el fuego.
Con sus contextos, vivencias, sus idas y vueltas, Montejo concibió una poética que sabe de viajes y amores, premoniciones y deseos. Su voz hecha papel alzó sus propias banderas para saberse cierto en el viaje, en el encuentro con las aguas, las calles, la luz derramada de pasos.
“En cada muro en que me acodo / siento el vaivén errante de los barcos. / Entre estas islas y mi casa / caben todas las aguas por siglos de este río, / el gris invierno de paredes rectas, / los vientos que nos tornan monosilábicos / y quedan leguas que llenar para acercarse”. (En el norte)
El poeta desespera de tanto esperar, se vuelve camino, jirones de nubes y cielos, canto estático en mitad de la sombra. Montejo hilvana sus sentipensares y se crece en la divinamente humana derrota. Una búsqueda que no termina sino que permanece y hace cómplice al lector, un final de guijarros incendiados en un día cualquiera.
“Con piedra viva escribiré mi canto / en arcos, puentes, dólmenes, columnas, / frente a la soledad del horizonte, / como un mapa que se abra ante los ojos / de los viajeros que no regresan nunca”. (Escritura)
La mujer como pretexto, como orilla, se desdibuja en la voz de Eugenio Montejo. Más cerca o más lejos, la desnudez suele ser un enigma para recrear los anhelos. A través de las paredes se alzan y se cuelan las imágenes, los olores, los colores, con que el deseo esboza la posibilidad del roce y del encuentro.
“Una mujer a solas tras los muros, / unos pasos, un oscuro deseo, / hasta mí llega de otro mundo / como alguien que he amado y que me habla / desde un ataúd lleno de piedras”. (Hotel antiguo)
El poeta hilvana en sus versos el andar sobre el mundo. Vuelve. Aunque se aleja y levanta muros, los pasos lo traen de vuelta, como si todo final fuera un punto de partida y de tanto escapar sus palabras lo anclaran en la tierra. En sus poemas se adivina el deambular de sus ocasos y su vigilia, tratando a lo mejor de componer el mundo que fue y el que seguirá siendo aunque sus palabras hayan inaugurado un nuevo silencio.
“Ya no hay más que silencio nivelado / bajo la sombra de un follaje extinto / donde se curte todo su misterio. / Fiel a sus tablas, sólo da reposo, / cuando en tardes la hemos recostado / a la pared, ahogando una memoria / de días que crecieron como un árbol / y la vida tronchó por cosa muerta, / claveteada con viejos pensamientos”. (Regreso)
La poética de Montejo trasluce al hombre que fue, al que seguirá siendo en sus palabras que cantan las cotidianidades y los sueños. Y nacerá una y otra vez en sus poemas, cuando la página lo nombre o cuando el azar lo invite a cantar y a cantarnos en la vida que seguirá siempre siendo.
“Vuelvo a contarme aquí mi vida / otra tarde de otoño / viejo de treinta y tres vueltas al sol. / Vuelvo a replegarme en esta silla / palpando su inocencia de madera / ahora que el año hace su estruendo / y me sacude fuerte, de raíz. / En la terraza inicio otro descenso / al infierno, al invierno. / Sangran en mí las hojas de los árboles”. (Un año)

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