Otero Silva: La muerte de Honorio


“El Barbero los escuchó pensativo, evidentemente conmovido bajo las tolvaneras de ternura que el solo nombre de su hijo despertaba en sus cuatro compañeros de cárcel”, narra Miguel Otero Silva (Barcelona, Venezuela, 26 de octubre de 1908 - Caracas, 28 de agosto de 1985), en uno de los pasajes de La Muerte de Honorio, publicado en 2000, en su primera reimpresión, por Monte Ávila Editores.

La muerte de Honorio, cuarta novela del escritor venezolano, es un llamado de humanidad, una caricia lenta, un batir de alas en medio de la brutalidad desatada por la dictadura de Pérez Jiménez.

Otero Silva, escritor del compromiso, supo abrazar la palabra para decirnos que era posible seguir luchando y conquistar así, los sueños. Lo dijo desde la pasión infinita de quien se sabe libre para enumerar las verdades, para elevarlas en las alas de los pájaros que cruzan nuestros horizontes.

Cinco hombres y cinco historias yacen leves en las páginas de este libro. Llegué a ellas en la adolescencia y marcaron cálidas y desgarradas los años que vinieron después, supieron desatar las preguntas que aún no tienen respuestas y limpiaron con sales y ojos, los dolores de otras geografías. Lectura imprescindible es La muerte de Honorio, porque sabe de amores y tormentos que no cesan a pesar de la mordaza, del silencio, de la oscurana, del hambre y del miedo. Aquí lo más humano de los humanos, su grito y su recuerdo, surcando el papel que dice presente, aunque nos hayamos ido.

“Tras dos meses de encierros en las bóvedas del fortín, me anunciaron el veredicto del tribunal militar. (…) y se me condenaba a doce años de cárcel. Pero lo dictadura se vendrá abajo muchísimo antes de esos doce años y yo regresaré al ejército a castigar a quienes mancharon sus charreteras con sangre de crímenes y botín de saqueos”.

El Periodista, el Barbero, el Tenedor de Libros, el Capitán y el Médico son los personajes que van hilando sus historias, una tras otra entre las cuatro paredes de la prisión que los contiene. Cada uno describe las torturas recibidas, pero sobre todo sus sueños, sus ganas, sus verdades, que no son más distintas ni distantes que las nuestras, sus lectores. A través de ellos reconstruimos esa Venezuela de rejas y angustias, ese país que no habrá de volver a ser, porque aprendió a resistir y a resistirse a la violencia y a la hecatombe.

Otero Silva, periodista y narrador, abordó el tiempo que fue para que aprendamos a recordar mejor, porque la desmemoria nos condena a repetir el pasado. De la lectura de este libro siempre queda la conmoción, el asombro y la certeza de que la fuerza no puede ser la razón, sino su viceversa.

Honorio mantiene viva la esperanza entre los otros cuatro, aunque sea un invento del Barbero, de sus ganas, de su imaginación o la narración necesaria a falta de otras. Es una tregua, un espacio de tiempo para permitirse la ternura y la cotidianidad que extraviaron muros afuera.

“La noche de la muerte de Honorio un presentimiento daba tumbos contra las paredes del calabozo, como un pajarraco oscuro y torpe”.

A pesar del encierro la voz humana siempre tiene algo que decir. Algo guardado en el recuerdo o en las entrañas clama por brotar y ser oído. La historia y el tiempo que será a veces duermen y a veces estallan como un ronco alarido de la tierra.

“¿Cuántos hechos trascendentales estremecían al mundo? ¿Cuántos grandes hombres morían? ¿Cuántos libros extraordinarios se escribían? ¿Cuántas conquistas científicas realizaban los sabios en sus laboratorios? El latido de la historia se había detenido bruscamente para ellos como las manecillas de un reloj sin cuerda”.
* Publicado en el Diario de Guayana, 02 de agosto de 2009

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