Poesía en la Resistencia

Hay una poesía que nace de las entrañas, del grito más hondo y menos solo. Hay una poesía que protesta y aunque la tilden de panfletaria, le pertenece al pueblo, porque no calla y se vuelve abrazo y se torna bandera. Esa es la poesía imprescindible, la que sabe de los dolores y las luchas, de la ternura y la esperanza. Poesía en la resistencia de eso se trata, de resistir a los silencios impuestos y a la desmemoria como una mordaza.

La Antología de la Poesía en la Resistencia, publicada por Ediciones Centauro, Caracas 1982, da cobijo a las voces que se pronunciaron durante la dictadura de Pérez Jiménez. Allí convergen Alarico Gómez, José Vicente Abreu, Arnaldo Acosta Bello, Juan Liscano, Guillermo Sucre Figarella y Lucila Velásquez, entre otros poetas del compromiso.

Cuando nos negaron y nos fracturaron el derecho de ser nosotros mismos, de ser pueblo, saltaron estos versos como fusil de encuentros. En medio de la oscuridad nacieron para conquistar y sembrar la Patria luminosa.

José Vicente Abreu supo recobrar la memoria de Guasina, uno de los campos de concentración y tortura de esos años, escribió bajo el seudónimo de Máximo Miliciano…

“Si estallan las guerrillas del sur, / si estallan… Yo soy el guerrillero: / Búscame entre las sombras, / en el humo, / en el polvo, en el camino, / en un grano de pólvora encendida… / Búscame entre los gritos, / en el saqueo, entre las horcas, / en las huellas del canto / y en la sangre del latifundio derramada…! / Porque yo vivo en los ojos / de los fusilados…! / Ya te digo: si estallan las guerrillas del sur…”. (fragmento)

Alzó versos como despedidas, como alertas y abrazos, como las últimas primeras palabras de la desgracia, pero sobre todo no calló… no cayó, sino que cantó y se levantó entre los barrotes para saberse acompañada para decirse en su nombre y en el nuestro. Lucila Velásquez germinó en el papel el beso que supo decir hasta siempre.

“Te mueres en la cárcel, donde se niega todo, / donde tu pueblo es patria enterrada sin lápida, donde la sangre lleva cadenas en sus huesos, / donde la libertad perdió los ojos y anda / tocando en las paredes la frente de los hombres”. (Plegaria por las horas de su vida, fragmento)

Es al ser humano que cantan estos versos, al hombre de la calle, el que cruza la avenida, el que encerrado entre las opresiones gira en torno a las verdades, el que se fue al monte con sus fusiles y sus sueños. A ese que fue y que muriendo venció en los tiempos nuevos.

“Al hombre, sólo al hombre / le dedico la letra de mi mano, / a él le doy mis voces, / la sangre de mis brazos, / el hilo de mi frente, mi costado. / Al hombre, sólo al hombre / este inmenso sentir venezolano…!” (Helí Colombani, escrito en la cárcel de “El Obispo”, en Caracas)

Ni los poetas ni los libertarios gritos mueren. Están presentes en el presente. Vivos en nosotros, que leyendo sus versos inauguramos el sol y nos bebemos la vida. A ellos que se sembraron irremediablemente jóvenes debemos el futuro, porque su sangre no puede ser en vano. Demasiado dolor y demasiada lucha para que la Patria sea una hoja en blanco.

“Tú has resuelto vivir, yo fui testigo de tu juramento. De nuestra sangre, / y de otras, / y de otras, / viene naciendo el alba. / Entremos con sonrisa / hacia la vida, / hacia la hoja del árbol, / hacia el agua y la luz, / y hacia toda la tierra”. (En Guasina nace el hombre, fragmento. Artemio Yupanquí, seudónimo de Arnaldo Acosta Bello).

A ellas y a ellos, poetas de la vida y de los sueños, de las esperanzas y los anhelos, debemos la utopía que edificaremos realidad, desde lo más hondo y lo más claro de nuestro pueblo.
* Publicado en el Diario de Guayana, el domingo 26 de julio de 2009

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