Partir
Me debo
estas palabras. Después de casi tres meses es justo hacer un balance de las
pérdidas. Elegí creer siempre en la poesía, en la militancia de la ternura, en
el fuego creador del arte, en el aliento y en el sueño de todas y todos, por
construir juntos un mundo mejor. Elegí quedarme siempre con el destello con que
la humanidad es capaz de crear y de hacer posibles las esperanzas. Por eso, creí
y aún creo, en un proyecto de país que pueda sobre todas las cosas ser un
espejo donde podamos vernos y reconocernos. Es decir, creo en el futuro.
A lo mejor
tardamos mucho en levantar la voz y gritar, llorar de rabia cuando vimos que el
mañana había dejado de ser la casa de todos, para ser el paraíso de pocos. A lo
mejor es tarde para lanzar la desesperanza al ruedo. Pero, y este pero tiene la
condición de la dignidad en juego, me negaba a seguir callando.
Por necesidad
o por miedo o por las razones que asisten al argumento de continuar pese a
todo, hice un largo mutis que finalmente me estalló en las entrañas con la
consistencia de un naufragio. Y me descubrí mediocre, gastada, cansada,
abrasada por una cotidianidad que estoy segura que no merecemos vivir.
Nos contagiamos
de apatía. Creemos que resistir es callar y que la patria es una bandera. Nos acomodamos
a sufrir sin la interrupción de la esperanza, a contar con el presente como el
único patrimonio que tenemos. Y no, justamente nosotros no, porque nosotros
elegimos hace veinte años conquistar la utopía. Así que después de este tiempo me
animo por fin, porque es una obligación moral con el arte, con la creación y
con la esperanza que nos envolvió a muchos, poner en palabras el dolor que ha
venido consumiéndome.
Todas las
banderas que levantamos tenían la condición de encontrarnos, de devolvernos la
voz, de hacer del país un hogar donde crecer, amar y criar a nuestros hijos e
hijas. Nuestras banderas fueron las de la esperanza y el sueño compartido, eran
la luz que alumbraba el porvenir que nos habíamos animado a levantar desde la
profundidad de la noche más larga que este pueblo había vivido.
Este aguantar
desprotegidos de hoy no se parece en nada a las consignas que nos convocaron. Y
callar es acomodarse a todo lo que está mal. No hace falta enumerar los
desaciertos, los padecemos en carne viva cuando el sueldo no alcanza, cuando la
basura inunda las calles, cuando los servicios públicos se convirtieron en raros
privilegios, cuando las escuelas se quedaron sin maestros, cuando las fábricas
son cementerios de chatarra, cuando la medicina es un lujo y el amor, sobre
todo el amor, ha ido alzando el vuelo y se ha instalado en el exilio.
Aguantar y
resistir terminaron por ser verbos que conjugamos unos pocos. Aguantamos y
resistimos nosotros, mientras ellos, de uno y otro lado, ensanchan la riqueza
de su futuro donde no somos más que una estadística para el voto o peor aún,
los daños colaterales de la ambición.
Así, una
mañana abrí la puerta para no volver. Lo lamento. Parto con la sensación que
nos dejamos traicionar, que nos traicionaron. Parto con la herrumbre de un sueño
que se fue oxidando en la medida en que preferimos callar para no perder las
cómodas cuotas de las migajas que nos fueron dando. Parto con el peso de la
derrota, con la angustia de quienes se fueron rompiendo en el camino, con la amargura
de despertar sin la seguridad del día. Y no me callo, y no me pongo del lado
del odio, y no creo en la violencia como respuesta, y no apuesto al miedo, ni a
la prepotencia. No me callo más. Pongo el corazón en el camino que nos devuelva
la utopía, que nos devuelva la esperanza en el futuro, pongo el corazón en la
justicia y en la memoria, en la llama que nos alumbra, en la poesía y en las
mujeres y hombres que resisten desde la integridad de sus manos que trabajan.
Quiero devuelta
nuestra voz de pueblo insurrecto, de quijotes que batallan contra molinos,
quiero la alegría con la que elegimos creer en el mañana, quiero de vuelta la
honestidad, la entrega y la ternura como estandartes, nos quiero devuelta a
nosotros, a los de abajo, a los muchos que soñamos, creímos y apostamos al
futuro.
Nos quiero
devuelta como hermanos de la utopía y la esperanza, y sobre todo quiero que
nuestras voces sean la brújula que marca el camino a seguir.
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