Cariátide



Cada quien lleva sus sombras a cuestas. De vez en cuando las grisuras de adentro asaltan en cualquier calle sin alboroto. La mayoría de las veces el mediodía del alma alumbra tan fuerte que casi no notamos los ecos y dolores viejos, no nos percatamos de ese prójimo que nos respira los miedos, las incredulidades, las nostalgias y cuanta tristeza tratamos siempre de espantar como moscas aunque las llevemos en los bolsillos.
Hace años vi una cariátide, no fue en Grecia precisamente, sino en España. Cuentan que en la región de Laconia, después de un enfrentamiento bélico, los hombres fueron exterminados y las mujeres convertidas en esclavas, condenadas a llevar hasta el final de sus días las más pesadas cargas. El imaginario posterior erigió a estas cautivas en columnas, que desde entonces debían soportar durante toda la eternidad el peso del templo de su adversario sobre sus cabezas.
Hay gente que lleva su odio a flor de piel, será porque el alma les llueve siempre y siempre están nublados. Y condenados están como una cariátide a soportar su grisura hasta el final.

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