Serenata Guayanesa
De
la infancia más chica tengo dos tiempos de recuerdos. El primero llega con los
planos de la represa en el trabajo de mi mamá y el casco blanco de mi padre
cuando partía a su trabajo en la construcción del gigante hidroeléctrico que le
da luz a más de la mitad de Venezuela. Luego, siento los inviernos y casi puedo
tocar de pura memoria la llegada de la primavera cuando los jacarandás se
pintaban de flores. En ambos lugares, en ambos hogares, las voces de Serenata
Guayanesa, me dijeron de dónde venía. Mi madre cargó con los acetatos que
guardaban el sonido de los instrumentos de su país a donde fuera y yo viajé con
ellos.
A
veces, cuando se tiene el corazón repartido, se tiene también la certeza del
origen en la conmoción de los sabores, los tactos, las imágenes y los sonidos.
Serenata Guayanesa cumple 45 años, yo casi cinco menos, así que puedo decir que
me acompañaron toda la vida.
Serenata
es la infancia. La mía. Y la de tantos niños que fuimos. Serenata es presente.
Es la voz de Venezuela recogida amorosamente desde cada rincón del país. Golpes
de tambor, joropos, polos y valses, suenan en sus voces como una caricia a
nuestra identidad. En los bolsillos tengo a mano a Serenata cantándome Viajera
del río, para no olvidar que el Orinoco me mira mirar la vida que surca el
porvenir.
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