Diálogo
Un
grito lanzado en medio del desierto sin que nadie lo oiga, ¿es acaso un grito?
El llanto del niño a media noche, en la oscuridad, sin una madre que consuele
la pesadilla, ¿es un llanto? Un poema de amor sin destinatario, ¿llega acaso a
ser una declaración? ¿Qué vuelve nuestra voz, voz humana, sino el otro que nos
escucha, que nos mira, que nos toca? El otro, que es prójimo en esta loca
aventura de vivir.
Dialogar
significa en primer lugar encontrarse y reconocerse. Después, si es posible,
vendrán las coincidencias. Pero lo primero, lo que es innegociable para que
nuestra voz se escuche es tender un puente hacia el otro, acortando la distancia
y sobre todo haciendo menos sola la soledad.
Y no,
a menos que seamos ermitaños, en el mundo habitamos los distintos, los que
pensamos, queremos y soñamos de diversas maneras. Todo es válido, siempre y
cuando respetemos la existencia de quienes nos rodean aunque nos parezcan
disímiles.
La voz,
la voz humana, la voz más nuestra, siempre necesita ser escuchada por otros
para que de puro deseo se transforme en realidad tangible.
Por eso
la paz se edifica en primer lugar sobre las palabras, porque con ellas, cuando
llegan a buen puerto, quiere decir a buenos oídos, se convierte en un clamor de
muchos que puede hacer posible la conquista del silencio para volverse canto.
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