García Lorca: un abanico de sueños


Era la noche arrancada de versos, estaba allí, parado, alumbrando con sus ojos la oscuridad, en sus manos un abanico de sueños caía rendido a sus pies. Armado de todo lo humano, con sus poemas y sus credos, miraba al pelotón que abriría su corazón a tiros. Y luego, su voz infinita recordándonos para siempre, la vida. Era la madrugada del 18 de agosto de 1936.


Federico García Lorca (Granada, 5 de junio de 1898) está vivo en todos los poemas y obras de teatro que nos legó para recordarlo, y recordarnos lo más y mejor del ser humano. Creyente de todas las libertades, de los vuelos del alma y de las almas en vuelo, sus ojos y sus manos se asoman en las lecturas que estas otras y otros que somos hacemos a través del tiempo. Con él y a través de él es posible reanudar los ires y venires que cantando cantan los paisajes de la tierra. Él le escribió al amor en todas sus formas, en las imaginables y en las que habrán de ser, con su Granada de fondo dando testimonio de los pasos y sus gentes.


“Verde que te quiero verde. / Verde viento. Verdes ramas. / El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. / Con la sombra en la cintura / ella sueña en su baranda / verde carne, pelo verde, / con ojos de fría plata. / Verde que te quiero verde. / Bajo la luna gitana, / las cosas la están mirando / y ella no puede mirarlas”.
(Fragmento de Romance sonámbulo)



Reconocido como uno de los poetas más importantes del siglo XX español, miembro de la Generación del 27, García Lorca escribió romanzas y poemas a su Granada, a su cultura salpicada de cantos, a la Alhambra y al imaginario gitano que puebla aún Andalucía. Sus versos son cantos para la noche alumbrada por los sueños y las voces que tienen todavía tanto que contar.

“Por el olivar venían, / bronce y sueño, los gitanos. / Las cabezas levantadas / y los ojos entornados. / Cómo canta la zumaya, / ¡ay, cómo canta en el árbol! / Por el cielo va la luna / con un niño de la mano. / Dentro de la fragua lloran, / dando gritos, los gitanos. / El aire la vela, vela. / El aire la está velando”.(Fragmento del Romance de la luna, luna)



Sin más fronteras que las de la humana capacidad de verse reflejado en las otredades, el poeta acunó entre las hojas el sentir de las mujeres y hombres que a su paso se iban revelando mudos de miedo y opresiones. Su voz de camino, anduvo desatando las pasiones para saberse uno más, para encontrarse encontrándonos, para buscar las velas abiertas y surcar las aguas.

“No, no, no, no; yo denuncio. / Yo denuncio la conjura / de estas desiertas oficinas / que no radian las agonías, / que borran los programas de la selva, / y me ofrezco a ser comido / por las vacas estrujadas / cuando sus gritos llenan el valle / donde el Hudson se emborracha con aceite”. (Fragmento de Vuelta a la ciudad Nueva York de Poeta en Nueva York)


Y después de haber visto el odio, de haber hallado el grito desgarrado, de haber sentido como suya el hambre, el “poeta llega a La Habana”. Sus sueños son los sueños de todas y todos. Y allí también se reconoce y esboza en el aire el tiempo que habrá de ser.


“Pero el dos no ha sido nunca un número / porque es una angustia y su sombra, / porque es la guitarra donde el amor se desespera, / porque es la demostración de otro infinito que no es suyo / y es las murallas del muerto / y el castigo de la nueva resurrección sin finales”. (Fragmento de El poeta llega a la Habana, Pequeño poema infinito, de Poeta en Nueva York)
García Lorca cayó esa madrugada de agosto, con sus ojos mirando el cielo despeñado de estrellas, pero aunque intentaron no pudieron fusilarlo, sus versos siguen diciendo la vida.


* Publicado en el Diario de Guayana, domingo 10 de mayo de 2009

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