Refugiados de guerra


Matías como tantos otros jóvenes del Chile Mapuche buscaba que las tierras de sus antepasados volvieran a ser libres. Pero las ganas de los pueblos se asesinan a puntas de balas, sobre todo cuando los dueños de las tierras, los ríos y los cielos son los nuevos dioses del capital transnacional. Matías, de 22 años, murió a manos de la policía de un país que dirige una mujer cuyo padre fue torturado por la derecha torturadora que hoy hace alianzas con ella. (Enero de 2008)

Darío tenía 21 años cuando la impunidad lo mató y lo nació a las luchas piqueteras y nacionales. A finales de junio de 2002 Darío Santillán emergió de la sangre para recordar y recordarnos que la democracia es una y no mata. Que la verdad florece de las calles tomadas y de las avenidas cortadas que reclaman a gritos una Argentina para los jóvenes y sobre todo para la memoria. Una Argentina que tiene un gobierno que hoy discursea sobre derechos humanos pero sigue siendo neoliberal para beneficiar a los pocos que tienen mucho.

Emmanuel, un niño colombiano, nacido del vientre de una secuestrada de la guerrilla, tiene ante sí, después de casi tres años, la esperanza del tibio abrazo materno. Pero nadie le borrará de los ojos las cicatrices profundas del desarraigo de una guerra civil de años.

Se suman cientos y miles de nombres y de países y pueblos. Los asesinos siguen sueltos y devorando memorias sin tiempo.

A los que tratan de salvarse y deambulan geografías que no tienen, para ellos, más fronteras que las del papel que les da un número por nombre y una nacionalidad, los llaman desplazados, aunque sean más bien refugiados de la solemnidad del lujo y el hambre.

Hay en el desplazamiento una voluntad que los refugiados desconocen. Refugiados hay millones en el mundo, porque algunos han puesto al mundo en guerra. Y los pocos tienen las de ganar contra los muchos que poco tienen. El mundo de los pocos los llama desplazados y nos confunden con esa palabra que repiten las industrias fabricantes de conciencias y noticias.

Matías y Darío se refugiaron para siempre en la vida. Están vivos mientras alguien los nombre para llamar a la justicia y condene sin subterfugios a esos que dirigen al pueblo contra el pueblo.

Emmanuel en cambio es una llamita, un fueguito chico, que tal vez algún día consiga encender las voces y el tacto de miles de campesinos y mujeres y hombres para que hagan por una vez y para siempre la justicia de los muchos que tendrán lo necesario para ser libres.

Mientras tanto, nombraremos recordando a los idos. Y pondremos las manos alrededor de la vela para que no se apague nunca la esperanza del mañana imprescindible.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡Buenos días señorita!, no le había visto en el espacio de opinión de "El Universal". Me agradó mucho su artículo, tan sólo que en Chile no ha habido ni habrá ningún gobernante que reconozca todas las atrocidades cometidas contra las minorías indígenas. Si usted no conoce ese país, le invito a que lo haga, y perciba a una de las sociedades más clasistas y racistas que he visto en mi vida. Saludos cordialdes, Fidias Pérez. fidiasperez@hotmail.com.

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