Quedarse
Elegimos nuestro exilio. Algunos cruzamos las fronteras de
la tierra y otros las del alma. A veces ambos adioses se encuentran y entonces,
justo entonces, lo abandonamos todo.
Aunque dudé, dicidí quedarme en la estación donde las
palabras dicen lo que pienso.
En la esquina donde un abrazo vale el tacto del afecto
verdadero.
Eché raíces en la línea que se dibuja en el asombro, porque
aún quiero la conmoción de la vida.
No me resigno ni al silencio, ni a la rabia del deambular
por las calles y encontrarme con el hambre, los pies descalzos de la miseria
niña que debería tener la infancia que llevo en los dobladillos de la memoria.
Me permito la destemplanza de la desilusión al constatar que
despertamos de un sueño para enfrentarnos a la pesadilla. Claudico del odio. No
quiero muertos ni a mis enemigos, a ellos, a los que se llevaron una a una las
hojas del futuro, los condeno al olvido y a una historia que no valdrá nunca la
pena contar porque son los fantasmas de una casa que se ha caído a pedazos.
Instalé el llanto en las líneas que separan los días de los
almanaques, donde marqué con tinta roja las ausencias, en el inventario de
adioses sin la estridencia de las fotos de Cruz Diez.
He levantado mi hogar en las distancias y he hecho de mi
patria un balcón donde amanece y se secan las ixoras sedientas.
Edifiqué la fortaleza en los domingos en que me olvido de
todo y bailo a Silvio, recordando que alguna vez tuve la gracia de una
bailarina que soñaba el mundo en las luces de un teatro.
Y cada lunes me exilio de mí misma, porque las derrotas se
desparraman en la conciencia como charcos de lluvia en una mañana imposible de
cargar a cuestas sin el peso de todo lo que duele y desnuda.
Los viernes, cuando corro desesperada para alcanzar el
silencio y quedarme al abrigo de lo que
callo, borro los vestigios del cansancio, sacudiéndome de la ropa las migas de
pan que se fueron juntando impotencia tras impotencia y desconcierto de por
medio.
Elegí quedarme porque soy testaruda, porque creo en la magia
de los hombres, en la verdad de la poesía, en la insistencia de mirarte y
encontrarme en ti, en la esperanza pese a todo y pese a todos, en la constancia
de creer en lo que hay de bueno en nosotros, en la certeza de que después del
diluvio el aire estará más limpio. Elegí quedarme aunque me vaya. Elegí
quedarme aunque me quede.
El exilio más desgarrador es ver partir lo que quedaba del deseo. Tal vez, algún día desandaremos el camino, tal vez
volveremos y entonces, una bandera, un grito, un sueño, una frontera, serán
apenas eso, una bandera, un grito, un sueño, una frontera. Y nosotros, todos
nosotros, habremos elegido quedarnos para abrazarnos a lo que aún puede ser el
mañana.
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