Escuchar


Dice la tía Beatriz que de la abuela Carmen heredé el gusto por la madrugada, tal vez a ella, como a mí, le emocionaba escuchar el rumor del sol antes de que se asome en la línea del horizonte. Y es que de los sentidos el oído es el primero que despierta. El llanto de un recién nacido anuncia la vida. Sabemos que el agua está lista para colar el café porque silba desde la hornilla. El agua que llega después de 24 horas se anuncia en el aire de las cañerías todavía vacías. La humedad de la tierra habla de los brotes cuando el sonido de la lluvia despierta al polvo. La lluvia nos atraviesa de nostalgia cuando toca las ventanas y entra.
Es en el sonido donde también evocamos algún recuerdo. Un beso es mejor cuando lo traemos de oídos de una vieja canción que supimos grabar de la radio. Sabemos de los juegos infantiles en las risas y en los gritos de la plaza. El amor en el roce de los cuerpos. La palabra en la lengua que acaricia el cielo de la boca. El abrazo cuando escucho latir tu corazón contra mi pecho
La amistad tiene su melodía en la taza té o en una copa. La esperanza en el futuro tiene la voz de mi sobrina. ¿Y la pasión? Suena en las teclas de un teléfono que por ahora apenas sabe nuestros nombres. La guerra también se anticipa en el ruido de los sables y de las balas. La oscuridad se despereza cuando las alas de la luna la saludan y en el sueño el rumor de las sábanas, como el de las olas, nos adormece en un arrullo apenas audible.
Escuchar y escuchar bien es una forma de sentir, de saber, de aproximarse, de hacer prójimo lo distante. Aprendí, como supongo que también la abuela Carmen lo hizo, que cada cosa del mundo tiene su música. Y claro, también los pueblos cuando cruzan la historia, por eso hay que escuchar antes de que se encienda la larga marcha que no tiene retorno.

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