Zapatos
Los pies del migrante, los del pescador, los del niño que
pide una limosna, los de la señora que trabaja en el
apartamento del frente, los del mecánico, los pies del
político, los del abuelo que madruga para cobrar la pensión, mis pies, los del
taxista, los del burócrata, los pies del hijo del embajador, los del
sindicalista y los del obrero, los pies más o menos desnudos de la suerte y el
destino, los pies vestidos de último modelo o de última pobreza.
En los días de lluvia es cuando más se nota y cuando más se
extrañan unos buenos zapatos, unos que tengan las suelas enteras. Muchos zapatos
viejos vi en los ojos de algunos de mis compañeros de primaria, muchos veo hoy
cuando cruzo las calles. Yo misma he ido dejando suelas desconcertadas ante el
disimulo que pretendo al cambiar la luz del semáforo.
La pobreza es más pobre cuando los zapatos se gastan. La distancia
es más larga cuando descubrimos en el otro unos nuevos que no tienen encima el
polvo del camino. Y la lluvia siempre es más lluvia en un par roto que nos
saluda con desgana desde abajo, por donde se cuela el agua sucia del asfalto.
¿Cuáles son sus pies y cuáles sus zapatos?
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