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El polvo me mordió el cuello y desató una nube de nostalgia. Viejas cartas de amor aparecieron en la búsqueda desesperada de un documento legal que necesito con urgencia. Con el tiempo las palabras que nos fueron destinadas se olvidan y cuando por azar los papeles vuelven se convierten en una caricia que nos recuerda que antes también estuvimos vivos y que alguna vez también fuimos amados.
Colecciono recuerdos. Con ellos he andado autopistas y aeropuertos. Algunos se han ido quedando en el fondo de maletas en los que conviven junto a cartas de referencias, títulos y constancias de trabajo. Todo lo que he sido duerme en la sombra.
Como caracoles llevamos con nosotros lo que fuimos, pero tal vez lo que más pesa son los sueños incumplidos, los amores que no fueron, los amigos que perdimos, los paisajes que sabemos que no volveremos a ver y sobre todo, los abrazos que debimos dar y que por alguna razón se quedaron en un gesto, inconclusos.

De la búsqueda sin resultado me quedé con este sabor de la nostalgia y las manos sucias del tamo que van juntando los fragmentos de memoria que han vuelto a encenderme.

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