Afilador
Hay días en que la nostalgia rasga la madrugada. En esas ocasiones los sonidos se vuelven compañeros de las
horas que esperan el amanecer. Hay ruidos que se provocan como el del agua al
hervir para colar el café, otros que se descubren aguzando los sentidos, como
el vuelo de un pájaro extraviado en la noche, un frenazo a lo lejos o la voz
recortada entre las paredes de alguien más que abrió los ojos antes de tiempo.
Hay también algunos que asaltan durante el insomnio y que no hay cómo retener
para que se queden después y nos sigan hablando durante la vigilia. Es la
melancolía que a veces llega sonora.
Hace apenas unas horas me hizo compañía el recuerdo del
afilador de tijeras cuando llamaba desde su bicicleta.
¿Qué se habrá hecho de quienes practicaban ese oficio, los
amoladores que recorrían las calles haciendo saltar estrellas y notas? La
nostalgia me trajo un retazo de infancia en la armónica que todavía pasea las
calles de la memoria.
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