El Torino rojo
La abuela Rosa llenaba la canasta de mimbre con los antojos
que a cada uno nos podía dar en los largos viajes que emprendíamos en el Torino
rojo, cada verano rumbo a Uruguay.
En la cesta había desde pastafrola rellena de membrillo, hasta el kilo de
yerba mate que mi madre tan latina aprendió a disfrutar en aquel ritual de
compartir historias y conversas.
Más de diez horas, que apenas se interrumpían para estirar
las piernas e ir a los baños de las carreteras, me enseñaron que para pasar el
tiempo alcanza con un mate y la charla animada de la gente que se quiere. Esos viajes me
dejaron sobre todo la certeza de que el hogar está justo donde habitan los
mejores recuerdos.
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