Eduardo Galeano se fue a caminar por los días



** El entrañable escritor es un malabarista del verso que supo cómo convocarnos a la ternura de descubrirnos hechos de historias y de voces que la cuentan.


Galeano se nos fue aunque se quede. La emoción de un nuevo libro ya no estará cerca, aunque siempre sorprendan, sacudan y estremezcan las nuevas lecturas y relecturas posibles e imposibles. Muchos lo conocimos por las Venas abiertas de América Latina, publicado por primera vez en 1971, y a través de él vislumbramos la honda cicatriz que recorre de cabo a rabo esta América que empieza en La Patagonia y termina abrupta en el río Bravo, un continente dividido en dos y que como él, esperamos que algún día sea uno solo.
Eduardo Galeano, ese escritor entrañable para sus lectores, es un hijo de los días, un malabarista del verso que supo cómo convocarnos a la ternura de descubrirnos hechos de historias y de voces que la cuentan. Con su rarísima manera de narrar entre el verso y el cuento nos dio la oportunidad de encendernos y de brindar por el futuro que tiene tanto de utopía y de sueño.

Su obra es un canto a la esperanza y en ella nada de lo humano quedó afuera. Todo su talante, su oficio de escritor y de periodista comprometido quedó para siempre en las páginas que nos muestran la historia del mundo que no cuentan los poderosos, los que se creen vencedores, por eso debería ser materia de estudio en las escuelas de comunicación, aunque con él los jóvenes se pregunten de dónde nos viene esta manía de resistir y resistirnos al silencio.

Galeano, ese uruguayo tan nuestro como el Machu Picchu, las favelas de Brasil, el 23 de enero de Venezuela, las madres de Plaza de Mayo en Argentina o el Chile de Allende o la Bolivia con rostro de indígena, ese Galeano que supo tanto de Nuestra América, ese hombre de sueños multicolores que sabía contar con la voz entera de esta tierra rebelde, claro que está en sus libros y sobre todo, estará en las lecturas que hagamos juntos para seguir haciendo nacer el futuro.

Seguirá cómo no en los sueños de Helena, su mujer, que le contaba las andanzas de su imaginación dormida. Quién sabe, a lo mejor ahora se cuele en las noches de luna para espiarnos los sueños y susurrarnos nuevas historias.

“Tuve una infancia muy mística; pero no me fue bien con la santidad”, se defendió hace años el propio Galeano, quien nació en Montevideo el 3 de septiembre de 1940 y falleció el 13 de abril de 2015, en el seno de una familia católica de clase media.

“Gius” apareció pronto, cuando Eduardo Germán María Hughes Galeano, con poco más de una década de edad publicó sus primeras caricaturas en el diario El Sol, un periódico socialista que circulaba por aquellos tiempos en Uruguay. Empezó a trabajar siendo muy joven, se desempeñó en cuanto oficio le ofreciera un salario, fue así que anduvo de obrero en una fábrica de insecticidas y fungió como recaudador, pintor de carteles, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco y editor.

La década del setenta sorprendió al sur de nuestro subcontinente con dictaduras militares. En Uruguay un grupo de extrema derecha encarceló a Galeano. Por esta razón se marchó al exilio en Argentina, pero en el país vecino la situación no era diferente y el régimen de Videla tomó el poder tras un alzamiento militar sangriento, que tiene en su haber miles de desaparecidos. Su nombre se sumó a la larga lista de aquellos condenados por los escuadrones de la muerte. De esos días de desarraigo y desesperanza nació su libro Días y noches de amor y de guerra.

Pronto tuvo que alzar el vuelo. Galeano encontró refugio en Cataluña, en Calella, al norte de Barcelona, donde publicó en revistas españolas, colaboró con una emisora radial alemana y un canal de televisión mexicano. La trilogía Memoria del fuego es de este período y tal vez sea uno de sus libros más hondos, descarnados y el que mejor retrata la larga historia de América.

Finalmente volvió a su país en 1985. Entre tantos libros escritos por Galeano se encuentran La canción de nosotros, El descubrimiento de América que todavía no fue y otros escritos, Nosotros decimos no, Ser como ellos y otros artículos, Amares, Las palabras andantes, Úselo y tírelo, El fútbol a sol y sombra, Patas arriba: Escuela del mundo al revés, Bocas del Tiempo, Espejos: Una historia casi universal y Los hijos de los días. Por su trabajo incansable y por ser una de las voces imprescindibles de nuestra América recibió doctorados Honoris Causa en Cuba, El Salvador, México y Argentina. Además ha sido galardonado con el Premio Casa de las Américas y el Premio Alba de las letras.

Cronista incansable de este tiempo, Galeano siguió de cerca los sucesos que van marcando el presente y ante ellos nunca permaneció en silencio. Con su voz certera denunció siempre la dictadura del capital, del neoliberalismo y su voracidad contra la tierra, y celebró como pocos al ser humano y su infinita capacidad de volver a la ternura aunque haya vivido de cerca la miseria.

Galeano, es cierto, se fue. Pero decimos que se queda en esta digna revuelta de voces y abrazos con que le decimos presente a la vida.




Galeano, uno

Por Marialcira Mature

Uno con Nuestra América, uno con la historia contada por nosotros, uno con las causas justas, uno consigo mismo y uno con su decir y hacer. Galeano único, el que nos queda en sus libros, el que nos seduce con sus lecturas en voz alta, con su maestría literaria, con su ironía y su desparpajo. Galeano, que como dijo de Chávez en su visita a Venezuela para presentar “Los hijos de los días”... “Me dijeron que murió. Pero yo no me lo creo”.



El aire y el viento

Por Eduardo Galeano

Por los caminos voy, como el burrito de San Fernando, un poquito a pie y otro poquito andando. A veces me reconozco en los demás. Me reconozco en los que quedarán, en los amigos abrigos, locos lindos de la justicia y bichos voladores de la belleza y demás vagos y mal entretenidos que andan por ahí y por ahí seguirán, como seguirán las estrellas de la noche y las olas de la mar. Entonces, cuando me reconozco en ellos, yo soy aire aprendiendo a saberme continuado en el viento.

Me parece que fue Vallejo, César Vallejo, quien dijo que a veces el viento cambia de aire.

Cuando yo ya no esté, el viento estará, seguirá estando.


Tomado de El libro de los abrazos

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