No volverá nunca más el silencio
Durante
siglos supimos hacer la tarea. A la orden de la mudez, respondimos con
silencio. Calladitos recorrimos la historia de la conquista. De vez en cuando,
claro está, se levantó algún rebelde como José Leonardo o Andresote que no
quisieron hacer buena letra y lanzaron un grito a mitad de la noche. Todos lo
escuchamos, al grito. No es que no hubiéramos querido unirnos. A lo mejor no
supimos cómo, a lo mejor los grilletes y las cadenas, el hambre y el fuego,
pudieron más que todas nuestras ganas.
Con la llegada de la
Independencia levantamos un poco más la voz aunque todavía hablábamos quedo. Cansados
de que las palabras no dijeran nunca libertad, ni vuelo, ni sueño, ni esperanza
empezamos a saborearlas muy lentamente, no sabíamos exactamente de qué se
trataba, pero el gustito nos despertó. El bullicio lo armaron Gual y España
primero, Miranda, Bolívar, Manuela, Sucre, Anzoátegui, Piar y Zamora después. Aunque
la lista de los revoltosos es larga porque nos sumamos desde todos los puntos
cardinales, en menos de lo que hubiéramos querido nos quedamos otra vez con la
garganta seca de tanto llamar para desencontrarnos. Y así enterramos con camisa
ajena al hombre que después, desde las plazas del país, nos arengaba apenas con
los ojos porque el bronce es mudo en la solemnidad de las palomas. No sabíamos
aún cómo hablar y cómo prolongar el grito. Nos pesaba la costumbre del miedo
que sabe cómo andar en sigilo.
Siglos pasaron de
mirarnos en un espejo sin siquiera poder pronunciar nuestro nombre. De pronto
otra vez una voz, que eran algunas voces, ellas poblaron montes y ciudades,
para decir esperanza. Entonces blandiendo la paz de los cementerios nos
conminaron a cerrar la boca. Apretamos los dientes y pusimos los ojos en otro
lado. No sé de dónde sacamos tanta fuerza para mantener los labios fruncidos en
una mueca larga. Las palabras para describir todo aquello se quedaron en el
estómago. La vida se nos fue pasando. La resistencia como ha demostrado el
tiempo transcurrido la pusieron cerro arriba, monte y barrio adentro. Y aunque
al principio fue como un murmullo, casi pisando la década del noventa las
palabras tanto tiempo agolpadas contra las comisuras salieron disparadas en
todas direcciones. Todas ellas decían rebeldía, justicia, pueblo… hablaban de
nosotros y utopía. Para callarnos tuvieron que decir Peste y desaparecidos.
Nosotros dijimos no más olvido.
Pocos años después otro
quijote encendió la madrugada. Y dijo por ahora y volvió a decir esperanza. De
este lado, con tanta memoriosa miseria creímos en un para siempre. Y aún
creemos y no callamos. Porque recuperada la voz tenemos siglos de demora en las
palabras que hacen falta para contarnos los sueños y para hacer nacer juntos el
futuro.
No hay duda de que en
estos dieciséis años han tratado - ellos, los de siempre- por toda las vías de
llenarnos la boca de estopa para que las palabras se queden sin salir. Pero no
han podido. Y ojalá no puedan nunca. Porque se siente bien esta hermosa
conquista de tener voz. Finalmente después de tantos siglos los labios que
sirven para el beso saben también de versos y de cantos. Aún no terminamos de
ponernos al día. La mudez fue larga y el grito resulta corto. Pero tenemos
todos los días que nos quedan para llamar las cosas por su nombre.
Esta voz que resuena
ahora y que aprende hablar con lengua propia se niega a recoger lo que hemos
dicho. Decimos Chávez, juntos, futuro, vida buena, todos, bandera, Patria en
mayúsculas, niños con escuela, vejez digna, salud… decimos libros como decir
historia y cultura como memoria, sueños, campos, siembra… decimos nosotros en
este juntar voces que también tiene los ecos del dolor y el desgarro que ya no
podrán nunca más volver a imponernos. Y en este decir nuevo también decimos que
no volverá la oscura aspereza del silencio.
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