La paz
I
Cuando
Jorge empezó a construir parques, antes, mucho antes de que
estuvieran listos, aparecieron sin aviso, niños de todos los
colores. Con pelotas, bicis y patinetas, y también con trenzas,
patines y muñecas. Algunas se animaron a tomar por asalto los
columpios para poder tocar el cielo con la punta de los zapatos.
Otros demostraron sus destrezas en los sube y baja. Corriendo y dando
gritos, de los alegres y entusiastas, se adueñaron sin permiso de
cada rincón. No les importó que aún no se hubieran cortado cintas
y llegado la televisión para mostrarlos. Con los niños llegaron
también los padres, que en los parques y en las plazas siempre
parecen menos viejos y gritones, porque se acuerdan, cómo no
acordarse, de sus trompos, gurrufíos, escondidas y tanto juego con
que la niñez se gana la vida. Allí, justo allí, donde cantan
pájaros de trópico y montaña, se convirtieron pronto, los parques,
en espacios habitados por correrías y brincos donde no caben más
que las ganas de crecer.
II
Scherezada ha pasado más de mil y una
noches contando y cantando anécdotas y hazañas. Claro, narraba para
ganarse la indulgencia de cierto monarca, pero sobre todo por el mero
placer de deleitar con palabras. Ella sabía hace más de mil años,
que la memoria de los pueblos se guarda a grandes voces y se cuida
entre todos. Por eso, sus cuentos eran los cuentos que había
escuchado o que había leído, y que tenían entre pliegues y velos,
toda la memoria de esas tierras que hoy nos lega aunque se encuentra
amenazada. En Las mil y una noches toda la riqueza cultural de Siria,
la delicadeza de Egipto, la belleza de Irak y los matices de Irán,
se encuentran, se dan la mano y caminan juntitos como enamorados para
mostrarnos, lo que siempre o casi siempre ha estado opacado por los
grandes medios, las industrias del miedo, que nos han querido alejar
siempre de ese mundo de magia y de saberes, que vivió antes que
nosotros, que estaba desde antes y que atesora la primera palabra
escrita del hombre.
III
Septiembre es un mes memorioso. Habita
en él, el ejemplo irreductible de Salvador Allende, de su entrega
amorosa, de su vida que vive a cuatro vientos y en la memoria de los
Pueblos. Tiene también la dimensión exacta de los versos de Neruda
y la textura de los de Benedetti. Estos días son tiempo propicio
para acordarnos que la intolerancia, reina y hermana de la
prepotencia y el olvido, invade países y cercena sueños, destruye
parques y quema libros. A lo mejor es buen tiempo para sacudir desde
las ventanas pañuelos blancos que canten las canciones de nuestros
abuelos y se agiten con ellos la promesa de futuro que le hemos hecho
a nuestros hijos. Porque como dijo el Pepe Mujica, ese guerrillero de
ojos chicos que sabe mirar el mundo, la vida humana es un milagro que
bien vale la pena preservar.
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