Ahora es cuándo: socialismo es cultura
Alicia está sentada dejando pasar la tarde, viendo los buses repletos de gente, de niños con uniformes de escuela, trabajadores que vuelven o van de fábricas o tiendas. Tiene en los ojos la convicción de todas las derrotas, las manos ásperas de las escobas y el futuro guardado en un billete de lotería. Está como se puede estar en un mundo de solos. Una casa para mi hija, un carro para mi hermano y la vida entera para mí piensa, mientras palpa en el bolsillo el boleto que seguro le regalaría por lo menos una sonrisa. Y el domingo, con el sol recién amadrugado, se mira en el rostro las ausencias y se sienta acompañada de la misma soledad con que se queja el mundo. Tal vez, la próxima vez llegue la buena suerte.
Va y vuelve. O tal vez, vuelve y va, con el alma en un hilo. Esperando, esperándola. Se alisa la falda y el pelo, como si con esos gestos las horas pasaran más a prisa. Esther aguarda como siempre, como casi siempre. Con los pies cansados de tantas puertas que no se abren, tanta olla vacía, tanta piel gastada en jabón azul, tanta ropa guindada al sol y tanta lluvia cuando lava. Pasa un minuto, dos, horas, semanas, meses. Pero la suerte se niega y no termina de llegar.
Así era la vida de Alicia y Esther y la de tantas como ellas y ellos, que con todos los nombres que saben a nuestro pueblo desesperaban de tanto esperar. Así era la vida, en la que las oportunidades siempre eran para otros. La vida que se gastaba en el deseo de que cambiara, en que las ollas dejaran de estar vacías, en la que la escuela fuera para todos, en la que los niños pudieran jugar en vez de trabajar, en la que pudiéramos escribir los nombres de nuestros hijos. Era la vida que era para los otros, porque a nosotros sólo nos alcanzaba el empeño de sobrevivir. Estábamos hechos de sombras, miedos, rabias y silencios… Y por eso nos desbordamos aquel 27 de febrero, por eso cansados de tanta soledad nos animamos a gritar juntos, a decir basta… y después, nació la esperanza aquel 4 de febrero, que nos nació luminosos.
Por eso, tomamos el cielo por asalto cuando elegimos a uno de nosotros Presidente. Chávez, el Comandante de la esperanza, nos devolvió la voz, la palabra, se hizo grito en nuestro grito y cantó con nosotros las canciones viejas, lloró con nosotros los dolores y se disolvió en nuestras voces para alumbrar el futuro.
Chávez recuperó para nosotros la voz que desde antes era silencio forjado a golpe de hambre y tortura. Y seguro que no estaremos dispuestos a perder la mejor conquista que hemos ganado después de más de quinientos años en los que nos dijeron que éramos flojos y que valíamos menos que la última página donde siempre publicaron nuestras muertes.
Chávez nos enseñó que juntos y solamente juntos, podemos edificar el mañana que merecen las generaciones que están por venir. Somos Chávez, sí, pero mientras nos sumemos indisolubles en la misma voz, que no por eso deja de ser única e irrepetible.
Y al recuperar la voz estamos también salvando la memoria. Antes de Chávez, Bolívar por ejemplo, era nada más que un prócer a quien rendirle homenaje en feriados y puentes. Miranda apenas si existía y ni hablar de Luisa Cáceres, José Leonardo Chirinos, Guaicaipuro y tantos otros nombres que nos han hecho ser quienes somos.
Precisamente con esa voz y esa memoria que nos atraviesa, y que nos volvió canto, el Comandante de la esperanza, el Presidente indio, negro, mestizo, pobre y soñador, como nosotros, hizo posible por ejemplo que las Cofradías de los Diablos Danzantes de Corpus Christi fueran declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Nos dio también las alas y todo lo que hacía falta para que se realice año a año el Festival Mundial de Poesía; la Feria Internacional del Libro de Venezuela, esa que deambula libre por todo el territorio nacional; y se hayan distribuido gratuitamente más de cien millones de libros. Pero no conforme con eso, impulsó la instalación de imprentas regionales que abren espacios a todos los que tienen cosas que contar, fundó la Universidad de las Artes y creó la Misión Cultura para que lo más hondo y lo más alto de las gentes esté barrio y país adentro. Fortaleció la producción cinematográfica nacional con recursos y apoyo del Estado en la Villa del Cine y en el Centro Nacional de Cinematografía, posibilitó que los músicos puedan editar sus discos y sobre todo, que tengamos la conciencia para alzar junto a la bandera de ocho estrellas todo el ideario bolivariano, que ellos, los otros, se empeñan en opacar y bajar de los mástiles que guarda para el mañana el pueblo valiente de Venezuela.
Chávez fue y seguirá siendo siempre nuestra voz, porque ese ha sido y es su mejor legado. Darnos la oportundidad de reencontrarnos en cada herida y sobre todo en cada sueño que aún está por hacerse realidad.
Con él aprendimos a reconocernos diversos. Por fin nos enteramos que los pueblos originarios tienen idiomas y no dialectos, que tienen y hacen cultura, que en ellos habita la voz más antigua que nos dice y nos nombra. Y por eso, en el texto fundamental que nos deja para siempre el Presidente Chávez, la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, hay un capítulo especial sobre los derechos de los pueblos originarios que tributa por cierto, en la descolonización de lo que siempre nos dijeron que era folclore y que hoy respetamos y debemos respetar como el pensar – hacer y sentir de nuestros pueblos. Pero no solamente eso, sino que además el preámbulo de nuestro texto fundamental como sociedad, está escrito por un poeta, y quien dijo poeta, quien dijo poesía, dijo pueblo y Revolución.
Y es que Chávez es quien salvó para el futuro lo más auténtico que nos habita. Él puso el acento en el hombre, en su capacidad infinita de creación y de crecimiento, para que vuelen libres las potencialidades que durante centurias estuvieron silenciadas, calladitas, en el fondo mismo de nuestra conciencia.
En cada alocución, cada vez que aparecía, el Comandante de la esperanza, comentaba un libro, nos hablaba de algún escritor. ¿No fue precisamente él, el primer promotor de la lectura en este país? ¿No es acaso precisamente eso lo que esperábamos todos los hacedores de cultura y todo el pueblo? ¿No aprendimos precisamente con él que la revolución para que sea posible tiene que ser cultural?
¿Y cultura en revolución para qué? Para reconocernos, encontrarnos, pensarnos, liberarnos, y en fin hacernos más humanos, más sensibles, más justos y solidarios… para eso, la cultura. Para que seamos voz junta que asegure para siempre el proceso de transformación que nos hemos dado la mayoría de los venezolanos. Y que además podamos en el camino repensar, corregir y seguir avanzando hacia la transformación que garantice finalmente una justa distribución de la riqueza y un país en el que todas y todos tengamos la posibilidad de vivir una vida digna, en la que la educación, la salud, el trabajo, la recreación, el acceso a la cultura y la seguridad no sean un privilegio, sino puro y simplemente vivir cotidiano.
Es cierto, que a lo mejor cuando los artistas, cultores e intelectuales toman posición política, los acusan de panfletarios y de estar a favor del poder. Hace un tiempo, pensando precisamente en esto escribí sobre la tarea que imagino deben asumir los cultores en tiempo de revolución.
No hay neutralidad en el hacer y quehacer cultural. No podemos ser neutrales porque no vivimos en una burbuja de cristal, por el contrario andamos por las calles como Alicia y como Esther, como los juanes del mundo, tanteando las sombras y convocando las esperanzas. Los artistas, cultores e intelectuales tienen, cada quien desde su esquina, desde la orilla del mundo que habitan y eligieron, el compromiso de asumirse como parte del pueblo, hay sin duda una valoración moral en la concepción de la obra desde el punto de vista de la convicción ideológica. Allí están para confirmarlo los versos militantes del Chino Valera Mora y la canción necesaria de nuestro padre cantor Alí Primera, sólo por citar dos nombres de nuestra Patria.
Lo cierto es que aprendimos que el arte está siempre contra el poder. Lo aprendimos a golpe de silencio, de persecución, de exclusión y tantas formas que pretendieron ponernos de rodillas o a leer las páginas de sociales de las industrias informativas, las empresas del miedo. Supimos también que los artistas se comprometen con lo más hondo y lo más alto del ser humano, quiere decir con lo más y mejor de los hombres y mujeres del mundo entero. Y contra el poder quiere decir, contra el poder hegemónico, contra el pensamiento único, contra los menos que mucho tienen como diría Galeano, y que quieren imponernos cómo mirar, pensar, sentir y expresarnos. Contra el poder también significa que nos oponemos a las opresiones, a las miserias, al hambre, a la falta de escuelas, a las dictaduras y las dictablandas y a la escasez de sensibilidad expresada por cualquier medio o de cualquier forma.
Por eso mismo, celebramos que desde hace más de una década un hombre se animó a cantarnos y a soñarnos distintos, y nos permitió abrir estas alamedas para transitar hacia el futuro.
Quién de nosotros pudo imaginarse siquiera que este país nuestro sería declarado libre de analfabetismo, que cientos de adultos mayores de todos los rincones de la geografía nacional tendrían la oportunidad de saber escribir su nombre y leer cada letrero en las calles. Quién de nosotros se hubiera imaginado hace apenas veinte años que el amor circularía por cada esquina de esta Venezuela en las palabras tiernas de Manuela y de Simón, y el Quijote cabalgaría libre por nuestras calles. Y quién podría haber siquiera soñado que la poesía llenaría nuestra geografía con versos del mundo entero, en eso que año a año nos invita a sumarnos a la palabra que diciendo nos cuenta y contándonos nos nombra. Y además se abrirían escuelas de arte, de danza, de teatro, de circo... Finalmente, que el arte dejaría ser un lujo para unos pocos, para convertirse en el disfrute de todos.. Ese es el regalo que nos dejó el Comandante… la cultura al alcance de todos y para todos…
Cultura a favor de la unidad, del reconocimiento y de la paz, pero la paz no es posible sin justicia y esta a su vez, converge con la memoria. La tarea que tenemos por delante es continuar haciendo de la cultura y el acceso del pueblo a los bienes culturales un eje transversal, tal y como está planteado en el Plan de la Patria.
En fin, la tarea es forjar la Patria Cultural. Hacer la revolución que nos convoque a ser más libres, más tiernos, más nuestros… la revolución cultural que nos ayude a sentar las bases espirituales del Socialismo Bolivariano que nos encuentra no sólo a los venezolanos, sino a todos los hombres y mujeres que creemos posible una América Nuestra que perpetúe ya para siempre las voces y las palabras que nos definen y nos proyectan hacia el porvenir. Por eso ahora más que nunca cultura y revolución, más que nunca cultura y socialismo, más que nunca compromiso y unidad revolucionaria para hacer realidad los sueños de un mañana que conquistamos y que estamos obligados a defender y preservar para todas las generaciones venideras.
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