La palabra también anota goles

** En estos días de fiebre futbolera los televisores se cuelan en las aulas y en las oficinas, en los bares de buena y mala muerte, y en las esquinas todos comentan un gol, una expulsión o un penal

En estos días el mundo se detiene o por lo menos baja su intensidad, como si todos contuvieran la respiración esperando ver una pelota que aproximándose, entra en el arco y es capaz de despertar las voces y los llantos.

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Los televisores se cuelan en las aulas y en las oficinas, en los bares de buena y mala muerte, y en las esquinas todos comentan un gol, una expulsión o un penal.

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El fútbol como un fenómeno social fue un legado del siglo XIX. Nació de la inmigración de los campos a las urbes, emergió de la crisis divina y, al fin de cuentas, de la alienación del nuevo proletariado. Ese siglo propuso el marxismo como respuesta a la explotación, a través de la socialización de los medios de producción y la hegemonía de la clase obrera. Mientras que el fútbol dio como respuesta un balón, once jugadores y una bandera. Tal vez por eso, extraña que escritores e intelectuales sientan tal pasión por este deporte.
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Pero ante la aparente contradicción entre ideología y fútbol, Osvaldo Bayer escribió en Fútbol Argentino, publicado en 1990, a propósito de la efervescencia que despertaba en la Argentina de principios del siglo XX ese deporte, que “los viejos luchadores -ante el entusiasmo de sus propios adherentes ideológicos frente al nuevo juego- resolvieron cambiar de actitud y llegar a una nueva conciencia: practicar el fútbol, sí, porque es un juego comunitario donde se ejercita la comunicación y el esfuerzo común; pero no el fútbol como espectáculo, que fanatiza irracionalmente a las masas”.

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La infancia de la palabra
Resulta que este juego que mueve fanáticos en todo el mundo no sólo ha marcado a un importante números de escritores como Miguel Delibes, que fue comentarista en sus inicios, a Benet o Vila-Matas, sino que además ha sido musa de muchos otros. En esa lista se inscriben los latinoamericanos Osvaldo Soriano, Roberto Fontanarrosa, Mario Benedetti y Eduardo Galeano, entre otros.

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El llamado boom de la literatura latinoamericana también se acercó al mundo del fútbol, y lo interesante es que lo hizo no sólo desde la escritura sino también desde las tribunas. Cuentan por ejemplo que tras un partido entre dos equipos, suponemos que de Colombia -no hay razón para que sean de otro lado- Gabriel García Márquez declaró que no creía haber “perdido nada con este irrevocable ingreso que hoy hago públicamente a la santa hermandad de los hinchas. Lo único que deseo, ahora, es convertir a alguien”. En aquellos años de la literatura comprometida latinoamericana, además de los que ya nombramos, también habían declarado su pasión a la pelota (de fútbol) Juan Carlos Onetti, Jorge Amado, Augusto Roa Bastos, Ernesto Sábato, Rubem Fonseca, Julio Ramón Rivadaneyro y Alfredo Bryce Echenique.
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Literatura futbolera
Lo que desde hace un par de décadas ha dado en llamarse literatura futbolística surgió como es natural, de los medios de comunicación impresos. En España, y sin pretender ser exhaustivos, dos de sus exponentes fueron Julián Marías y Manuel Vázquez Montalbán. En Italia, las crónicas de Gianni Brera fueron punto de referencia. En Uruguay fue Eduardo Galeano el más ilustrativo escritor del fútbol literario, al que por cierto no le faltó nunca ni una pizca ni un guiño de ojos a sus humanas pasiones.

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A esta altura del siglo, las páginas deportivas tienen en su haber brillantes cronistas, y conocidos escritores que como invitados, se asoman a la fiebre futbolística que se reinaugura con el Mundial que está en disputa. Y es que como afirma el periodista Enric González “el fútbol no sólo posee una cultura propia: es cultura”.
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Leer fútbol
Si tiene interés en leer algunos libros dedicados y/o inspirados en esta “pasión de multitudes”, como le llaman al fútbol los expertos narradores deportivos, le recomendamos: Memorias del Míster Peregrino Fernández y otros relatos, de Osvaldo Soriano (Mondadori); Dios es redondo, de Juan Villoro (Anagrama); Salvajes y sentimentales, de Javier Marías (Debolsillo); Fútbol. Una religión en busca de un Dios, de Manuel Vázquez Montalbán (Debate); El fútbol a sol y sombra, de Eduardo Galeano (Siglo XXI); Cuentos de fútbol, una selección de narraciones compiladas por Jorge Valdano (Alfaguara); Historias del Calcio. Una crónica de Italia a través del fútbol, de Enric González (RBA), entre otros.
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A sol y sombra
“El fútbol profesional practica la dictadura. Los jugadores no pueden decir ni pío en el despótico señorío de los dueños de la pelota, que desde su castillo de la FIFA reinan y roban. El poder absoluto se justifica por la costumbre así es porque así debe ser, y así debe ser porque así es”, reconoce el uruguayo Eduardo Galeano en un artículo publicado en 2002. Y es que como escribe en su libro El Fútbol a sol y sombra “la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí”. Y comenta el uruguayo, un poco más adelante, que pese a todo y a todos, “por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.

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¿Tendrá algo de esa rebeldía deportiva, que a fin de cuentas es rebeldía humana, el Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010? Veremos...



El fútbol
“En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez”.
Eduardo Galeano
El fútbol a sol y sombra

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