Colectivos

 
Viniendo del sur, la primera referencia que me llega a la cabeza cada vez que escucho la palabra “colectivo” es el bus que paraba justo en la esquina de Catamarca y Dorrego, donde había una pizzería que servía cerveza Quilmes. Los años pasaron, como nos pasan a todos los que tenemos la suerte de seguir vivos, y tiempo y lugares después los colectivos han mutado hasta convertirse en una especie de masa aterradora que amenaza con llevarse todo a su paso.
En Venezuela, los colectivos, gracias a las grandes industrias de la información, son los grupos violentos, casi siempre vestidos de rojo y simpatizantes del chavismo, que tratan por la fuerza de violentar cualquier resquicio que haya sobrevivido del pasado.
Vuelvo a pensar en los colectivos, ya no en los de ruedas -que ahora llaman bondi, vaya a saber por qué misterio- que me llevaban y traían por la ciudad que se abría a la adolescencia, sino en esa forma de encontrarse para lograr juntos un objetivo. Un colectivo de lectores que decide reunirse para compartir obviamente lecturas. Uno de agricultores para sumar esfuerzos en la siembra o uno de artistas para hacer posible que la cultura y las artes se esparzan libremente.
Un colectivo no es más que un grupo de personas con inclinaciones comunes que aspiran más o menos a lo mismo, lo de la violencia o el color de la ropa, son las miradas que los demás, influenciados por los medios, ponen sobre ellos. Y si mi preguntan, no demoraría en responder que soy del colectivo de soñadores que cree que la Tierra puede sin lugar a dudas ser un mejor lugar, es decir, estoy sumada a miles y miles de personas que tienen voz, rostro y tacto, y creen que juntos pueden hacer del mundo, de este mundo, un hogar. ¿Que si pertenezco a un colectivo? ¡Claro! Al de los que aun no desesperan de tanto esperar.

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