El Chino nos convoca a ser mejores
** La obra poética de este escritor
trujillano da testimonio de la coherencia ideológica y vital de un hombre que
supo del compromiso y la entrega con lo más libre y justo que habita a los
hombres.
Aún debe andar preguntándose cómo
camina una mujer después de haber hecho el amor. Y con esa interrogante amanecemos de bala, como él, pero también de nubes y de sueños. Víctor
Valera Mora, el Chino, nació en Trujillo el 27 de septiembre de 1935. De su
infancia se sabe poco. Pero no es difícil imaginarlo contemplando el cielo y
volando papagayos, corriendo libre a través del verdor, conmoviéndose con el
color y el tacto de las flores, tal vez de allí le vienen el sentir de las
gentes y sus llantos, sus risas y esperanzas.
Estudió el bachillerato en San Juan de
los Morros, en el estado Guárico, y cuentan que precisamente en esos años
empezó a delinear sus versos mientras leía poesía de los llanos venezolanos,
escuchaba galerones y conocía poetas allende el mar.
En Caracas estudió sociología en la
Universidad Central de Venezuela. Trabajó en la Universidad de Los Andes, en el
antiguo Conac y en la biblioteca ambulante de los Ovalles,
conocida como La gran papelería del mundo.
De la poesía que sabe decirnos
Fue miembro del Partido Comunista
cuando aún no cumplía veinte años y por rebelde fue encarcelado a
finales de 1957, durante las manifestaciones contra la dictadura de Marcos
Pérez Jiménez. Durante esos años el Chino fue un desenfrenado lector. En los
años siguientes Venezuela vivió tiempos turbulentos, signados por la violencia
ejercida desde el Estado. Levantamientos militares e insurrecciones estudiantiles
y políticas, marcadas en la memoria por el Carupanazo y el Porteñazo.
La poesía del Chino siempre llevó en
sus alforjas el sabor y el canto del Pueblo, por eso supo hacer nacer los
versos que cantando y diciendo nos encuentran.
Acompañado de los escritores Luis
Camilo Guevara, Mario Abreu, Pepe Barroeta y Caupolicán Ovalles, entre otros,
Valera Mora fue miembro destacado de la Pandilla de Lautréamont, un grupo que
proclamaba la necesidad de la poesía para todos.
En 1961 publicó La canción del soldado
justo, un trabajo poético que enarboló las esperanzas y sueños revolucionarios
de esa década. Luego, vinieron Amanecí de bala (1971) y Con un pie en el
estribo (1972). Precisamente por su segundo libro fue catalogado de subversivo
por un general de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM). El Chino no esperó la condena, ni la
desaparición forzosa. Partió rumbo a Roma gracias a una beca. En la capital
italiana escribió sus 70 poemas estalinistas, el último de sus libros publicado
en vida, que le valió un premio en 1980.
El Chino Valera falleció el 30 de
abril de 1984. Dicen que fue un mediodía acostado en su cama cuando le falló el
corazón. Lo enterraron un 1 de mayo, como celebrando un oficio que con versos
supo edificar la vida. Luego de su muerte fue editado el libro Del ridículo
arte de componer poesía, donde se recoge su producción poética entre 1979 y
1984.
El Chino en versos
Probablemente no haya un poeta tan
coherente entre sus versos y pensares. Vivió con la plenitud de los quijotes,
sabiendo cómo se conquista el viento. El Chino fue de la generación de los 60,
de esa que encontró al país entre los que se animaron a conquistar el cielo y
los que se doblegaron. Él siempre supo estar del lado de la orilla en la que
viven los que sueñan el mundo y se juegan la vida y como él, también la
palabra.
Todo en su poesía tiene de amor, de
tacto, de lucha y entrega. Aunque quisieron silenciarlo sus versos
siguen incendiando la calma, son llama viva que ilumina el futuro que aún está
por venir.
Earle Herrera, ese otro poeta y
periodista, dice en el prólogo de la edición de Obras completas de Víctor
Valera Mora, publicado por el Fondo Editorial Fundarte, en tercera edición en
2012, que “no hay artificio, no hay postura, no hay acomodo a una época o a una
moda. El lector sabe y siente que lo que escribe el poeta, le sale de adentro,
de lo más hondo”. Y esa hondura de la palabra del Chino Valera
Mora, esa hechura humana capaz de trascender el papel, esa poética del
compromiso que también sabe reír, es la que nos convoca siempre a ser mejores.
Tiempo de perros
VII
Por Víctor Valera Mora
“Os doy mi voz erguida
mi sangre de regreso hacia tu edad
primera.
Juventud siempre antigua, recomenzada
toda,
agonía, irreductible fusil de
barricada.
El tiempo pide corazones enarbolados.
¡Uníos! ¡Uníos, fuertes picapedreros!
Implacable tormenta de puños
y metálicas lunas sea la marcha,
porque esta tierra es un río de
rodillas,
hay que levantarlo.
Y yo, os aseguro,
la muerte de los lobos será de
madrugada”.
(Del
libro Canción del Soldado Justo. 1961)
Nuestro
oficio (fragmento)
Por Víctor Valera Mora
“Podemos
caer abatidos
por las
balas más crueles
y siempre
tenemos sucesor:
el niño que
estremece las hambres consteladas
agitando
feroz su primer verso.
O el otro,
el de la disyuntiva,
que no sabe
si hacerse flechero de nubes
o escudero
del viento.
Jamás la
canción tuvo punto final.
Siempre deja
una brecha, una rendija,
algo así,
como un hilito que sale,
donde el
poema venidero pueda
ir halando,
ir halando, ir halando,
halando
hasta el mañana.
Nosotros los
poetas del pueblo,
cantamos por
mil años y más...”.
(Del
poemario Canción del soldado justo. 1961)
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