Laura Antillano, titiritera que enseña a leer a la orilla del cielo
** Premio nacional de literatura en
2010, esta escritora es una ferviente promotora del libro y la lectura en los
niños y jóvenes.
No
se me ocurre mejor definición para ella que la de titiritera o maga que es
capaz de sacar palabras como conejos del fondo de una luna que lleva al hombro.
Ella es una militante amorosa que anda enseñando a leer y a querer leer sobre
todo, como una manera tal vez de exorcizar prejuicios y otras sombras que
habitan a los seres humanos, porque finalmente la lectura es uno de los más
hondos haceres de los hombres y las mujeres que siempre tiene algo de conmoción
y asombro.
Laura
Antillano (Caracas, 1950) es una de las escritoras venezolanas contemporáneas
que más libros publicados tiene, y entre ellos hay de cuentos, novelas, ensayos
y de narrativa infantil. Como si fuera poco es poeta, crítica, guionista de
cine y televisión, y docente universitaria.
Integrante
del grupo literario La Mandrágora como reseña el Centro Nacional del Libro (Cenal)
en su página web, Laura Antillano es profesora jubilada de la Universidad de
Carabobo (UC,) donde también se desempeñó como Directora de Cultura entre los
años 1998 y 2000.
Es
una fervorosa promotora del libro y la lectura, y cuenta de ello lo dan la
creación de la Fundación La Letra Voladora, la página de La Escuela Viva en el
diario Notitarde, el programa radial La Palmera Luminosa de la Universidad de
Carabobo y la realización del Encuentro internacional de literatura infantil y
juvenil que organiza a través de la UC, entre otros.
Egresó
de la Universidad del Zulia de la Escuela de Letras, como licenciada en Letras
Hispánicas y además realizó estudios de especialización en Chile y Estados
Unidos. Colaboró en distintas publicaciones periódicas como el Papel Literario
de El Nacional, Zona Franca, Imagen y otras revistas literarias.
Según
ella misma narra, su amor por los libros viene de antes, de una biblioteca que
sus padres, dedicados a la docencia, le supieron ofrecer y en la que habían cientos
de títulos por donde echarse a volar para ver el mundo desde todos los ángulos
posibles y por qué no, los imposibles también.
Para
escribir esta reseña me acordé del título de uno de sus libros, Leer a la
orilla del cielo, una antología de cuentos venezolanos para niños, con una
portada en tonos sepia ilustrada hermosamente por Richard León Leonice,
publicado por la Editorial El Perro y La Rana. Es que probablemente a nadie más
que a un hada se le hubiera ocurrido esa imagen que nos sitúa entre lo humano y
lo divino del acto de la lectura. Pero todavía más, es precisamente eso de la
imagen lo que hila la obra de Laura Antillano, ella sabe escribir para que podamos
leer mirando no sólo las palabras, sino que su lenguaje es de vuelos y de
tacto, que se inicia desde adentro, desde lo próximo y prójimo, pero que sabe
ir encontrando la voz toda, la voz junta de las calles, la memoria, la tierra,
las plazas y el viento. Ella sabe de nuestro canto común y su obra va desde su
orilla hasta la nuestra en un largo abrazo que nos encuentra.
Entre
sus novelas están La muerte del monstruo come-piedra (1971), Perfume de
gardenia (1982), Solitaria Solidaria (1990) y Ciudad Abandonada (2012). Es
autora de los libros de cuentos Un largo carro se llama tren (1975), Dime si
adentro de ti no oyes tu corazón partir (1983), Cuentos de película (1985) y La
luna no es de pan-de-horno y otros relatos (2005). En su largo andar por la creación
de literatura infantil ha publicado ¿Cenan los tigres la noche de Navidad? (1991),
Diana en tierra wayúu (1992, con reediciones) y La araña (2010). El verbo de la
madre (2005), Álbum de fotos (2007) y Libro de amigo (2007), son algunos de sus
poemarios. Y en el género ensayo Laura Antillano ha escrito los libros Literatura
infantil e ideología. Análisis crítico de nuestra realidad (1987); Apuntes de
literatura para jóvenes y niños (1997), Elogio a la comunidad (2004) y Crónicas
desde una mirada conmovida (2011).
Las piernas del bluejeans
(fragmento)
"La
abuela quiere que le lleven una taza de leche caliente a la cama, mamá la
prepara colocando la pequeña paila sobre la hornilla, vertiendo la leche con
riguroso cuidado, y parece que acariciara la cuchara cuando la usa para dar
vueltas al líquido.
Yo
la miro desde aquí, sentada en el pretil, puedo divisar la cocina y a ella
dentro en sus movimientos lentos, hasta que llena la taza, la coloca sobre el
plato y se va al cuarto de la abuela, se acerca a la cama, se sienta, y con el
plato sobre sus piernas acaricia los cabellos de la abuela que en estos
momentos es una niña y no abuela ni mamá. Entonces, yo regreso mis ojos para
posarlos sobre este cielo abierto, inmenso, en donde las piernas de mi
blue-jeans siguen flotando con el viento de atardecer, y en medio de las nubes
apretaditas creo encontrar los ojos de Roberto, reviviendo esta complicidad
nueva, este salto secreto, que nos hace mirar el mundo desde la baranda de un
balcón.
¿Por
qué mamá habla como si fuera a morirme…?"
(De Cuentos
de Película (1997), editado por la Fundación Cinemateca Nacional, Caracas).
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