Sobre el Congreso y el Consejo Presidencial del Gobierno Popular con la Cultura
El Congreso Nacional de Cultura es una
actividad vital para mirar desde distintos ángulos eso que llamamos
cultura y a los hombres y mujeres involucrados en estos haceres y
sentires, es decir a todo el pueblo, porque es imposible pensar en la
cultura sino como un hecho transversal de la vida.
Esta actividad ha ratificado en el país
la visión colectiva nacida de las inquietudes y propuestas de
diversos movimientos sociales y agrupaciones culturales que trabajan
por la difusión de las diversas manifestaciones culturales en el
seno de las comunidades.
Y ha servido claro, para ratificar una
vez más la entrega y compromiso que deben y debemos asumir los
cultores, artistas e intelectuales con relación a la liberación de
los seres humanos, y esto no tiene que ver con el panfleto fácil,
sino más bien con contribuir desde la razón y el sentimiento a la
conformación de una ética y una estética para los tiempos que
estamos viviendo.
Por eso creo en el arte como un
ejercicio contra el poder hegemónico que pretende vendernos e
imponernos una visión única de la realidad, la historia y los
sueños. Creo en la cultura como un espacio para la resistencia y
sobre todo, para la construcción del mañana. Creo en el arte como
vaso comunicante entre los hombres, como la posibilidad maravillosa
de tender puentes que nos permitan encontrarnos y cómo no,
reconocernos en el otro. Es decir, creo en el arte y en la cultura,
como hechos profundamente humanos que están llamados a seguir
dejando de manifiesto el poder creador y liberador de todos y de
todas.
La Revolución Bolivariana democratizó
(fundamentalmente en los grandes centros urbanos, mucho falta por
hacer en el país del interior) el acceso a los bienes culturales.
Recuperó para la gente importantes infraestructuras que estaban
secuestradas por minorías. Así, cómo no asombrarse y agradecer que
el Teresa Carreño por ejemplo, tenga sus salas abiertas al Pueblo. Y
ni hablar de los teatros de Caracas donde ahora corren libres por sus
salas festivales de cine y de teatro. Cómo no sentir emoción al
constatar el esfuerzo por darle vida a los libros y a la lectura con
la creación y fortalecimiento de las editoriales del Estado, las
Librerías del Sur, las Ferias del Libro, el Festival Mundial de
Poesía y haber editado miles y miles de libros de la Colección
Bicentenario para nuestros niños, entre otros logros. Cómo no darle
mérito al esfuerzo que hace el Centro Nacional de la Historia para
devolvernos las voces más nuestras y más hondas, y al trabajo por
visibilizar nuestros cantos y los cantos nuevos a través del Cendis.
Esta es sin duda la revolución en la que creemos la mayoría, la que
soñábamos vivir, la revolución de la cultura que nos devuelve la
voz para nombrar el mundo nuevo.
Sin embargo, vale una alerta: tengamos
mucho cuidado de no discriminar y excluir ahora en otro sentido el
hecho cultural.
A veces pareciera que entra en
contradicción lo popular con las bellas artes. Esta es una discusión
absolutamente estéril. La idea es poner a disposición del disfrute
de todas y de todos las creaciones más hermosas del ser humano. Lo
popular no está y no debe estar reñido nunca con la creación
“individual” de artistas y pensadores.
Que lo popular no se entienda nunca
como querer andar en cambote para mezquinar los aportes de otras y de
otros que, vinculados con los sentires del pueblo, necesitan espacios
de creación individuales, que sin embargo siempre estarán
impregnados del contexto social, porque nadie vive encerrado en una
burbuja de cristal.
Que este Congreso y el Consejo
Presidencial del Gobierno Popular con la Cultura sirva entonces para reconocernos en todo
lo humano que existe en la música, sea ésta interpretada por cuatro
y maracas o por violines y oboes, en la plástica sea de trazos o
artes del fuego, en los bailes como el joropo y la danza clásica, en
el teatro de calle y en el de las grandes tablas, en el de la
literatura oral y en la de los versos y galerones. En fin, que el
arte sea siempre el escenario que nos permita reconocernos
venezolanos pero sobre todo parte de la humanidad.
Que el Congreso sirva también para
continuar el camino de reivindicar a los creadores y creadoras, sean
éstos titiriteros, magos, muñequeros, bailarines, músicos o
escritores, porque a fin de cuentas todos ellos son parte del
ejército de la alegría, el de la esperanza de fundar el mañana
nuevo. Pero, que no se entienda el Congreso como un espacio para
discutir meramente lo reivindicativo, sino más bien que sea para el
encuentro y debate necesario que ayude a sentar las nuevas bases
espirituales que urgen en estos tiempos recién inaugurados, porque
finalmente nos hace falta una ética y estética para la revolución.
Esto no quiere decir de ninguna manera que hayan fórmulas mágicas o
que los creadores deben seguir al pie de la letra recetas dictadas ni
por cúpulas ni por grupos que pudieran terminar por erigirse, si no
tenemos cuidado, como un nuevo poder hegemónico. La creación debe
ser libre, absolutamente libre, sin cortapisas de ningún tipo ni
ninguna especie, porque si la propuesta creativa es libre será
libertaria, será liberadora, cuestionadora y emancipadora, que es a
final de cuentas a lo que debe aspirar cualquier revolución.
Sigamos entonces enarbolando banderas y
alas para volar y tomar el cielo por asalto, que toda la música, la
danza, la literatura, la plástica, que toda creación humana a fin
de cuentas, sea el espacio propicio para reconocernos hermanos en
esta jornada larga que hemos decidido transitar para conquistar el
futuro que nos merecemos.
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