Galeano siempre de ida y vuelta
** El autor de las Venas
abiertas de América Latina, del Libro de los Abrazos y de la
trilogía de Memoria del Fuego, es sin duda uno de los escritores que
mejor representa a esta América Nuestra, que de tanto silencio
impuesto, olvidó durante mucho tiempo mirarse el ombligo.
Pasa con algunos
escritores. A ciertos intelectuales y artistas que han sentado
posición frente al mundo, la derecha como es lógico los rechaza por
zurdos y cierta izquierda cuando a veces es mezquina trata de negar
la magia de la sencillez con que llegan al pueblo. Unos y otros, los
derechos y los zurdos, en sus poses se olvidan que los lectores
decidimos por encima de cualquier acto de sospecha. Y así, sin
permiso, nos entregamos a quienes han sabido darle nombre a nuestros
dolores y sobre todo a nuestras esperanzas. Casos sobran. Ahí sigue
Roque Dalton enseñándonos a volar, ni hablar de poetas españoles
de la generación del 27 que se animaron a decir incluso cuando era
un paredón de fusilamiento lo que tenían enfrente y si hablamos de
José Vicente Abreu y Miguel Otero Silva, en Venezuela, pues ya nos
enteramos por ejemplo de Guasina y las demás cárceles que pretenden
lo mismo cortar las alas que hacer callar.
El Uruguay tiene dos
grandes nombres que han sabido trascender la frontera de ese país
chiquitito en dimensiones para instalarse en la ternura de todos los
latinoamericanos que hemos tenido el privilegio de sentirnos
reconocidos en sus palabras. Mario Benedetti y Eduardo Galeano nos
regalaron y regalan la magia de la ternura inagotable, la de la que
sabe tomar partido por la vida.
GALEANO, SIEMPRE
Contar las humanas
pasiones, los pasos, las dudas y la esperanza, narrar la historia de
los vencidos, la de los que desesperan de tanto esperar, y también
la de los que sueñan el mundo y los mundos posibles e
imprescindibles, es parte del quehacer de algunos escritores, que
como Eduardo Galeano han hecho de la palabra un puente tendido al
encuentro.
El autor de las Venas
abiertas de América Latina, del Libro de los Abrazos y de la
trilogía de Memoria del Fuego, es sin duda uno de los escritores que
mejor representa a esta América Nuestra, a este Sur, que de tanto
silencio impuesto, olvidó durante mucho tiempo mirarse el ombligo y
aunque sin querer, se calló su propia historia. Él, Eduardo
Galeano, sin embargo nos devolvió todo aquello que se nos fue
quedando en la piel a lo largo de siglos. Como un mago sacando
conejos y estrellas de la chistera Galeano ha sabido devolvernos la
voz, esa con que ahora pronunciamos el tiempo.
BREVÍSIMA SEMBLANZA
“Tuve una infancia muy
mística; pero no me fue bien con la santidad”, se defendió hace
años el propio Galeano, quien nació en Montevideo el 3 de
septiembre de 1940, en el seno de una familia católica de clase
media.
“Gius” apareció
pronto, cuando Eduardo Germán María Hughes Galeano, con poco más
de una década de edad publicó sus primeras caricaturas en el diario
El Sol, un periódico socialista que circulaba por aquellos años en
Uruguay. Empezó a trabajar siendo muy joven, desempeñó cuanto
oficio le ofrecía un salario, fue así que anduvo de obrero en una
fábrica de insecticidas y fungió como recaudador, pintor de
carteles, mensajero, mecanógrafo, cajero de banco y editor.
La década del setenta
sorprendió al sur de nuestro subcontinente con dictaduras militares.
En Uruguay un grupo de extrema derecha encarceló a Galeano. Por esta
razón se marchó al exilio en Argentina, pero en el país vecino la
situación no era diferente y el régimen de Videla tomó el poder
tras un alzamiento militar sangriento, que tiene en su haber miles de
desaparecidos. Su nombre se sumó a la larga lista de aquellos
condenados por los escuadrones de la muerte. De esos días de
desarraigo y desesperanza nació su libro Días y noches de amor y de
guerra.
Pronto tuvo que alzar el
vuelo. Galeano encontró refugio en Cataluña, en Calella, al norte
de Barcelona, donde publicó en revistas españolas, colaboró con
una emisora radial alemana y un canal de televisión mexicano. La
trilogía Memoria del fuego es de este período y tal vez sea uno de
sus libros más hondos, descarnados y el que mejor retrata la larga
historia de América.
Finalmente volvió a su
país en 1985. Entre tantos libros escritos por Galeano se encuentran
La canción de nosotros, El descubrimiento de América que todavía
no fue y otros escritos, Nosotros decimos no, Ser como ellos y otros
artículos, Amares, Las palabras andantes, Úselo y tírelo, El
fútbol a sol y sombra, Patas arriba: Escuela del mundo al revés,
Bocas del Tiempo, Espejos: Una historia casi universal y Los hijos de
los días. Por su trabajo incansable y por ser una de las voces
imprescindibles de nuestra América recibió doctorados Honoris Causa
en Cuba, El Salvador, México y Argentina. Además ha sido
galardonado con el Premio Casa de las Américas y el Premio Alba de
las letras.
Cronista incansable de
este tiempo, Galeano sigue de cerca los sucesos que van marcando el
presente y ante ellos nunca permanece en silencio. Todo lo toca y su
voz es certera cuando habla de la dictadura del capital, del
neoliberalismo y su voracidad contra la tierra, del hombre y su
capacidad infinita de volver a la ternura aunque haya vivido de cerca
la miseria. Su palabra se teje y entreteje entre el periodismo, el
ensayo y la narrativa, siempre con ese tono del poema que habrá de
abrir los brazos para que pueda seguir naciendo el futuro.
La dignidad del arte
Por Eduardo Galeano
Yo escribo para quienes
no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en
la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué. Cuando me
viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad
del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia.
Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no
había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se
apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin
embargo, los actores,
más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si
estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron
su tarea entregándose enteros, con todo, con
alma y vida; y fue una
maravilla.
Nuestros aplausos
retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta
despellejarnos las manos.
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