Angostura del Orinoco, la viajera
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Ciudad Bolívar fue fundada en varias ocasiones, finalmente
trasladada a su sitio actual el 22 de mayo de 1764, bajo el nombre de
Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco.
Será por su vocación de estar asentada en las orillas del río Orinoco que tomó de él su carácter de andariega, será por eso que toda su fuerza anida en las calles, como sumando aguas y creciendo al calor del paso del tiempo.
Fundada
y refundada, la ciudad tiene la voz de todos los misterios, los de
antes y los que se han ido incorporando en el asombro de quedarse por
fin quieta, aunque nadie sabe por cuánto tiempo.
Cuentan
que la primera fundación de Ciudad Bolívar fue el 21 de diciembre
de 1595 por Antonio de Berrío y su emplazamiento original se
encontraba cerca de la desembocadura del río Caroní en el Orinoco,
ubicación que la ponía en indefensa posición ante el ataque de
piratas y corsarios que navegaban aquellas aguas. Por esos años
llevaba el nombre de Santo Tomás de Guayana, pero fue finalmente
trasladada a su sitio actual el 22 de mayo de 1764, bajo el nombre de
Santo Tomás de la Nueva Guayana de la Angostura del Orinoco, tanto
nombre para tan poca gente, por lo menos cuando eso pasó. Finalmente
sería renombrada en junio de 1846, con el nombre que conocemos, como
una manera de rendirle tributo a quien desde una de las casas que hoy
es emblema del paso de la historia, pronunció aquel discurso que
sigue resonando en toda Venezuela. Y es que Ciudad Bolívar, fue sede
del Congreso de Angostura donde aquel gigante de la América
mayúscula, dirigió a los diputados asistentes una de sus más
brillantes piezas políticas, una que marcó para siempre la historia
del país.
Pero
Angostura no estaba sola. El pueblo caribe, pueblo originario de
estas tierras, era el morador y dueño de estos parajes en los que el
río tiende su magia. Con ellos habitaba Amalivaca, el creador de la
tierra y del Orinoco. Y más allá, apenas un poco, el mito de El
Dorado se extendía entre éste y el Amazonas, tal vez por eso los
conquistadores apuraron sus pasos para llegar sin saber que nunca más
volverían.
La
piedra del medio
La
piedra del medio, es monumento natural, que identifica a la ciudad y
ha quedado estampado como emblema en el escudo del Estado al culminar
la Guerra Federal en 1864.
El
naturalista Alexander von Humboldt la llamó el Orinocómetro porque
gracias a las marcas del agua en ella, los antiguos pobladores sabían
cuánto había crecido su caudal. Pero esta piedra inmensa en medio
del río, justo donde la vista alcanza, es además parte del
imaginario popular de esta región del país y hoy hasta sin querer
cuando propios y extraños transitan por el paseo Orinoco se detienen
a mirarla, sobre todo si es tiempo de sapoaras y el bullicio del ir y
venir de las redes regalan el paisaje asombroso de la naturaleza y el
hombre.
Cuentan
que debajo de ella, de la piedra, vive una serpiente de siete cabezas
que es dueña y causante de los flujos y reflujos de las aguas y sus
largas extremidades reposan debajo de la ciudad. La existencia del
animal mítico explica la desaparición de curiaras, nadadores,
pescadores, y hasta de una chalana que con el nombre de “La Múcura”
se hundió el martes de carnaval de 1952, repleta de vehículos. De
ella y su pesada carga nunca más se supo, pero La piedra del medio,
en el medio del Orinoco, sigue siendo testigo de los días que pasan
y se enredan en el porvenir.
De
la ciudad y sus gentes
Con más o menos suerte, la ciudad
histórica, ha sido recordada y abandonada por sus gobernantes. Hoy
luce remozada, en especial su cuadrilátero histórico que es
patrimonio de los bolivarenses y de Venezuela toda, porque allí pasó
Bolívar, porque hay un tiempo de vida de la Nación que se fundó
justamente en esas calles.
Algunos de los habitantes del
cuadrilátero histórico, conformado por la Plaza Bolívar, la
Catedral, la casa del Congreso de Angostura y las calles adyacentes,
aseguran escuchar en noches despejadas y silenciosas las cadenas que
arrastraba el general Piar y los disparos que dieron contra su
cuerpo, cuando cayó fusilado en la pared lateral que mira la estatua
impasible de El Libertador, que en aquellos tiempos aun no se
recortaba contra el cielo.
Si decide transitar las calles
empinadas de Ciudad Bolívar, seguro los moradores de esas casas
coloniales le contarán historias de fantasmas que sobrevivieron los
dos siglos y medio que llevan diciendo el pasado. Las historias de
amores no correspondidos, los rumores de la guerra, los enfermos y
sus heridas, se quedaron también prendidas en las paredes de esas
casas y como suele suceder, quedaron inmóviles para narrar el tiempo
que fue.
Algunos de los monumentos declarados
históricos que se pueden visitar son la Casa del Correo del Orinoco,
la Nº28 en la calle Amor Patrio, la Casa Parroquial, la de los
Gobernadores, la casa natal del general Tomás de Heres, la Casa de
la Cultura Carlos Raúl Villanueva, la prisión de Piar, la de las
Doce ventanas, la Lauro, la antigua cárcel y la San Isidro. Además
tienen valor patrimonial las casas comerciales de tipología
antillana en el Paseo Orinoco, el antiguo Hospital de la Cruz, la
casa natal de Jesús Soto y el Palacio Legislativo. Para ahondar en
la cultura de esta ciudad no se puede dejar de visitar el Mercado La
Carioca, el sector El Zanjón, el Museo Jesús Soto, el Cementerio
Centurión, el Jardín Botánico y se anima a montarse en una curiara
llegar hasta la Piedra del Medio.
Pero las ciudades están hechas
fundamentalmente por la gente. Ciudad Bolívar es una amalgama de
pasos y de abrazos. De los antiguos caribes, dueños originarios de
esos escenarios, la ciudad heredó tal vez la fiesta de la pesca, y
la voz honda con que se nombra y se reverencia al Orinoco. De los
colonizadores quedaron las casas y el rumor de los viejos esclavos, y
el gusto por las altas paredes y los zaguanes en penumbra propicios
para las conversas.
Pero nombrar a Ciudad Bolívar, es
cantar bajito, mirando el transcurrir de las aguas. Viajera del río,
ese vals de Manuel Yánez que Serenata Guayanesa nos regaló a todos,
sigue mirando pasar la flor que perfuma el río. Y está como no
Antonio Lauro, el gran compositor de piezas para guitarra clásica
como Natalia y Angostura. De esta tierra es también Jesús Soto, el
gran maestro del arte cinético.
Y entre tantos otros poetas, Luz
Machado y Guillermina Rodríguez Lezama siguen, aunque ya no estén,
alumbrando con versos la vida que se reclama y se funde en los saltos
de las toninas que habitan el río y en las noches de estrellas.
Ciudad Bolívar, la otrora Angostura,
cumple doscientos cincuenta años, pero sigue tan joven que aun
siempre es un buen motivo para volver y dejarse conmover por la
historia que cuentan sus calles a quien quiera escuchar.
Miro
las puertas de la ciudad desde las nubes
Por
Luz Machado
Quien le ha visto lamer ávidamente la
tierra y apoderarse de los hombres y derrumbar sus casas,
silenciosamente, puede entender el secreto del Paraíso para la gran
aventura de concebir la Humanidad. Porque la Ciudad junto al Río no
es más que una mujer. Y de esta conjugación de la Ciudad y el Río,
nace el símbolo fecundo de la tierra guayanesa en un presente que no
acaba de pasar, porque cada día tiene un nuevo don que ofrecer y un
distinta ara en el oficio de su aventura y de su descubrimiento.
(Publicado originalmente en El
Bolivarense, en mayo de 1964)
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