Guernica
La cabeza de un caballo de la que sale una daga estuvo
durante años en el pasillo del apartamento de calle Catamarca. Un marco rojo
encuadraba aquella imagen de fondo negro que siempre miré de reojo estremecida
por la crueldad que irradiaba la reproducción de esa fracción del Guernica que
mis padres tenían como un testimonio de su mirar la vida en nuestra casa.
El Guernica es la defensa de la vida pese a todo, la defensa
de la ternura y la evidencia de la crueldad. El Guernica es Picasso fijando
posición del compromiso del arte con la existencia humana.
Décadas después pude ver el cuadro. Pasé horas contemplando
aquella alucinante escenificación de la barbarie. No fue fácil, decenas de
niños de escuelas competían para sustraerme la visión completa de la obra. En
los instantes en que la tuve solo para mí, el Guernica me habló del dolor y la
devastación, del sufrimiento y del silencio, y también me dijo que el arte no
es mudo, ni sordo, ni está quieto, sino que debe decir, debe gritar, debe ser
voz de todos, debe conmover y conmovernos y sobre todo debe dejar claro que la
esperanza y la ternura, la justicia y la belleza, son derechos irrenunciables
de nuestro paso por el mundo.
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