Primavera

De pronto la ciudad se hizo un gran parque. Los edificios empezaron a ser percibidos como lo que son, cavernas verticales donde dormimos los sueños del campo abierto. La primavera que estalló en el almanaque se instaló con el mismo ímpetu en las calles. Los autos empezaron a guardarse y las bicicletas se reprodujeron con sus canastas con flores y cintas de colores que antes, mucho antes, ondeaban en los cabellos de las niñas que como yo creíamos en las estrellas y en el viento.

Cada espacio de verde se pobló de pelotas y mantas multicolores donde se encuentran las conversas y los picnics. No sé si pasa en todo el mundo, pero acá, la furia de la ciudad ha cedido, vaya a saber por cuánto tiempo, a la esperanza de los árboles. Por fin nos damos cuenta que lo importante no son las anchas autopistas, sino el césped.

En estos raros tiempos modernos cada día de sol se ha vuelto una esperanza. Cada domingo, que antes era la antesala de los lunes de oficina, son el ritual de un café y el río que transcurre de tus ojos al paisaje, desde la inmensidad de lo que está afuera hacia el infinito que siento cuando naufrago en tus manos más allá de las orillas.


"Cada día de sol se ha vuelto una esperanza".

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