Olores

Alargo la mano para tocar el aroma del queso derretido en aceite de oliva. Cierro los ojos y la oscuridad de los párpados tiene el tacto del café. Probablemente los olores sean la patria del recuerdo, allí donde amamos hay un rastro que queda en el aire y que nos recompone en una geografía olfativa que nos es única.
Los jazmines me traen siempre la imagen de mi madre y las violetas iluminan mis pasos sobre un escenario que dejé olvidado hace décadas.
El olor a la lluvia sobre la tierra huele a esperanza y a sueños que aún sueño.
Ahora el largo etcétera de las nostalgias se dibuja en la fruta madura, en los árboles cargados de mangos, en el mordisco de una pumalaca.
Retomo los viejos aromas de la infancia y guardo otros para hacer memoria de la distancia que he puesto entre todos los exilios.
Me aguarda el abrazo de un beso que huele a yerba y manzana. Es pronto aún para colgar en el ropero de los olores la calma de tu tacto que sabe de la vieja madera húmeda donde se apilan de madrugada las verduras.

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