Jacarandás
He visto los jacarandás. Crecí con ellos en Rosario. En septiembre estallan de índigo
las calles. Llevo el color prendido en la memoria, en una larga nostalgia de
novios, versos y risas. Volví a encontrarlos en Puebla, de la mano de mi
madre. Y en Ciudad de México pude disfrutar de los árboles floreados en el
abrazo de un hombre que me arrepiento no
haber querido para siempre, porque supo reírse cuando le dije que los
jacarandás de mis recuerdos no son las jacarandas mexicanas ni los correctos
jarandáes argentinos. Los míos, los jacarandás memoriosos, son los del color de
la vida que se marchita con el paso de los meses, pero que saben estar siempre
en flor cuando cierro los ojos y después se convierten en una larga alfombra que me lleva al lugar que habitan los amores correspondidos y los que he gastado de tanto olvidar.
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