Andrés Bello, ese amoroso desconocido
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En estos tiempos en que la memoria nos enciende, en estos días de
revolución y canto, de la palabra liberadora, hay que volver a lo
más libre y más tierno que nos pronuncia.
Tal
vez por olvido o simple desgana. Tal vez por las malas imposiciones
que fuimos cargando en los salones de clase, el nombre de Andrés
Bello se fue borrando del imaginario popular. Sin embargo, todo
estudiante venezolano desde el bachillerato hasta las escuelas de
letras de las universidades públicas y privadas han estudiado a Don
Andrés Bello.
Silva
a la Agricultura de la Zona Tórrida y la Gramática de la Lengua
Española son obras obligatorias. Pero Bello es más que ese poema y
ese libro donde se encuentra plasmada con integridad el ejercicio de
nuestra lengua, fue y vale la pena recordarlo por ello, un hombre
adelantado al tiempo que le tocó vivir, un quijote que por el
contrario no se volvió loco por tantas lecturas, sino que ganó en
agudeza, inteligencia y compromiso. Y es que este venezolano fue y
sigue siendo un intelectual que ejerció el amoroso oficio de la
palabra que piensa, describe, enseña y a fin de cuentas salva.
Breve
semblanza
Andrés
de Jesús María y José Bello López nació en Caracas, el 29 de
noviembre de 1781 y falleció en Santiago de Chile, el 15 de octubre
de 1865. Fue filósofo, poeta, filólogo, educador y jurista, y sin
duda uno de los humanistas más importantes de la América Nuestra.
En
estos tiempos en que la memoria nos enciende, en estos tiempos de
revolución y canto, de la palabra liberadora, hay que volver a él,
a ese hombre necesario para pensarnos, entendernos, conocernos,
amarnos, vivirnos y sobre todo liberarnos, porque Andrés Bello fue
todo eso y todavía más. Y ante un nuevo año de su nacimiento no
hay mejor homenaje que estudiarlo para aprendernos, porque no bastan
los monumentos en las plazas, el mármol que se opaca con el tiempo y
el bronce que no es más que nido de palomas.
A
veces y sin querer dejamos que nuestros héroes sólo sean aquellos
que blandieron las espadas y se nos quedan en los recovecos de la
desmemoria, esos otros que combatieron pero en otras trincheras, esos
que hicieron y hacen revolución desde la palabra, desde la vida que
enseña a ser más libres, más justos, sabios y humanos.
Por
eso el poeta Luis Alberto Crespo dijo en una ocasión sobre de Bello
que “sus armas fueron otras, las del libro y la escritura, la de la
enseñanza pública, la del orden contra el caos, la de las luces
contra la oscuridad del analfabetismo para beneficio de la enseñanza
académica del hombre nuevo sanado de la larga herida de las
batallas, las de Bolívar y su sueño de civilización y redención
americanas”.
El
joven que fue Andrés Bello realizó estudios de derecho y medicina,
aprendió de forma autodidacta el inglés y francés, además de
dominar el latín. Daba clases particulares y entre sus alumnos
estuvo Simón Bolívar. Además fue reconocido por su trabajo como
traductor de textos clásicos.
La
historia y el tiempo
Los
sucesos revolucionarios del 19 de abril de 1810 tuvieron a Bello
entre sus hijos. Y la Junta lo nombró Oficial Primero de la
Secretaría de Relaciones Exteriores. En junio de ese año partió
con Simón Bolívar y Luis López Méndez en la misión diplomática
que tenía como objetivo lograr el apoyo británico a la causa
independentista. En Londres conoció a Miranda y a otros hombres
vinculados a las luchas por la independencia de los pueblos
latinoamericanos. Pasó largos años en aquellas tierras, muchos de
estrecheces económicas y aunque quiso volver a Venezuela, nunca lo
logró.
Bello
llegó a Chile en 1829 gracias al gobierno de ese país, donde fue
designado como Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda y Académico
del Instituto Nacional. Allí fundó el Colegio de Santiago y en 1842
con la fundación de la nueva Universidad de Chile se le otorgó el
título de primer rector. Además participó en la edición del
diario El Araucano y junto con el argentino Domingo Faustino
Sarmiento en el debate sobre el carácter de la educación pública.
Durante su residencia en el país austral publicó sus principales
obras sobre gramática y derecho, por las cuales fue reconocido en
1851 como miembro honorario de la Real Academia Española.
Su
vida política en Chile lo llevó a desempeñarse como senador por la
ciudad de Santiago entre los años 1837 y 1864. Fue el principal y
casi exclusivo redactor del Código Civil chileno. Mientras que en su
obra literaria destacan A la vacuna y al Anauco, El romance a un
samán, A un artista, Mis deseos, Venezuela consolada y España
restaurada, y Resumen de la Historia de Venezuela, todas escritas en
Caracas. De su exilio en Londres son Alocución a la Poesía y Silva
a la Agricultura de la Zona Tórrida. Mientras que en Chile escribió
Principios de Derecho Internacional y Cosmografía o descripción del
universo conforme a los últimos descubrimientos, entre otros.
Por
todo lo que escribió, pensó, luchó y legó a los tiempos
venideros, Andrés Bello es una de las imprescindibles voces del sur.
Es un venezolano universal, un latinoamericano necesario, que supo
sentir la tierra y los ecos del mañana, que en la Venezuela que lo
nombra, hace finalmente realidad sus sueños.
Silva
a la Agricultura de la Zona Tórrida de Andrés Bello
(fragmento)
“¿Qué
miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas
ruinas
de la postrada selva se
derrama.
El raudo incendio a gran
distancia brama,
y el humo en negro
remolino sube,
aglomerando nube sobre
nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca
lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan;
monumento
de la lucha mortal, burla
del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas
montaraces,
sucede ya el fructífero
plantío
en muestra ufana de
ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos
hurta el día;
ya la primera flor
desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre
a la esperanza;
a la esperanza, que
riendo enjuga.
del fatigado agricultor
la frente,
y
allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora
pinta,
que lleva de los campos
el tributo,
colmado el cesto, y con
la falda en cinta,
y bajo el peso de los
largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos
almacenes”.
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